Forjadores de la patria
Por Alfredo Zaiat
Como muchas veces en las relaciones económicas y en especial cuando se desencadena un conflicto, un sector se evalúa a sí mismo más de lo que es y, a la vez, la contraparte disminuye la relevancia del otro como estrategia en la dinámica de esa puja. Esas son las reglas de juego más usuales para determinar la distribución del poder y la definición de la hegemonía en la sociedad. El sector agropecuario siempre se consideró el único forjador del país debido a que los hombres que dominaron la actividad en el siglo XIX, con métodos y desprecio humanitario de espanto, fueron los que constituyeron las bases para el Estado moderno.
El modelo agroexportador fue la estructura económica que acompañó la conformación y consolidación de Argentina como país entre la Generación del Ochenta y la década del veinte.
Así construyeron una imagen, que se difundió con bastante éxito a centros urbanos, que expresa la posesión de todos los atributos para considerarse los hacedores de la patria. El resto, por lo tanto, tiene que agradecerle su sacrificio como buenos hijos. Ese vínculo filial de retribución por el pan acercado a las mesas de la ciudad reclama subordinación.
Esa representación de sí mismos que los grandes productores han sabido cimentar se ha dispersado e influido en la constitución de la propia conciencia del pequeño y mediano. Pero éste ha sido históricamente más castigado por el esquema de negocios dominado por los grandes, multinacionales, contratistas y exportadores que por un régimen de retenciones.
Sin tanto apasionamiento de piquete verde y cacerolas de clase media y alta, ¿por qué un productor –el dueño del campo– que se levanta a las cuatro de la mañana y maneja un tractor hace más “patria” que un obrero urbano –dueño sólo de su fuerza de trabajo– que se despierta a esa misma hora, viaja incómodo a la fábrica y opera una máquina industrial?
Aunque sea una herida insoportable a su amor propio, como se exterioriza en estos días, el campo no es todo, aunque sí una parte importante del país, ni tampoco se está perjudicado por el actual modelo económico. El periodista Julio Sevares publicó en su blog del suplemento económico de Clarín un brillante comentario: “Un reciente trabajo de la Cepal da un golpe al narcicismo del campo, que se considera el artífice del crecimiento argentino y de la salvación poscrisis.
Según el trabajo “Crisis, recuperación y nuevos dilemas: la economía argentina 2002-2007”, la contribución al crecimiento del PBI fue del 22,6 por ciento en la industria, 17,1 por ciento en el comercio y sólo 3,5 por ciento en el campo en ese período. La contribución del campo al crecimiento en los noventa fue mayor que en el último período, pero aun en ese momento, menor que la de la industria”. Y agregó, para dejar más claro el concepto, que “el mismo cuadro se obtiene del Indec: en el período 2003-2007, el PBI creció 8,7 por ciento promedio, el PBI Industrial el 10,0 y el Agropecuario 6,0. Ergo, la contribución de la industria al crecimiento del PBI fue mayor.
Es un tema de Cuentas Nacionales”. En otro blog (Mide/No Mide, vidabinaria.blogspot.com) se precisa que, según el último censo poblacional, poco más del 10 por ciento es “rural” (localidades con menos de 2000 habitantes) y que cerca de 21 millones de personas (el 52 por ciento del total) viven en los diez aglomerados urbanos más grandes del país. El autor de ese blog señala que “busco el Producto Interno Bruto a precios de mercado y me encuentro con que en 2007 el rubro Agricultura, ganadería, caza y silvicultura representó un tercio de la Industria manufacturera. Y casi lo mismo que los rubros Construcción e Intermediación financiera”.
Ese libro de la Cepal reúne diez investigaciones y una de ellas se refiere al campo, elaborada por Roberto Bisang: El desarrollo agropecuario en las últimas décadas: ¿volver a creer? En ese documento, que analiza con criterio amplio el atractivo proceso de crecimiento del sector, se ofrece un análisis introductorio esclarecedor para comprender esa idea de sentirse y parecerse los “dueños del país” por parte de los hombres del campo:
“El desarrollo económico (y la propia historia) de la Argentina guarda una estrecha relación con la explotación económica de los recursos naturales en general y, en particular, con las producciones agropecuarias”.
“Esa imagen se fue forjando a partir de mediados del siglo XIX, cuando la prosperidad del país corría de la mano de la ampliación de la frontera agrícola-ganadera (de las carnes primero y del trigo y del maíz después) en base a tecnologías importadas (y adaptadas localmente) sustentando un modelo traccionado por el mercado externo”.
“La Argentina, ‘granero del mundo’ o controlando la mitad del comercio mundial de carnes bovinas, estructuró su base productiva a partir de un conjunto acotado de sectores que operaron a modo de ‘locomotoras’ del crecimiento de toda la economía”.
“Cuando la cantidad de tierras y el deterioro de los términos del intercambio impusieron un límite a este modelo, quedó al descubierto la fragilidad de una estructura productiva desbalanceada y dual, centrada en unas pocas actividades y orientada a mercados (y por empresas) muy concentrados”.
“En el lapso que va desde 1900 hasta 1935, la producción de cereales y oleaginosas crece a razón de un 3,5 por ciento anual; a posteriori sobrevienen tres décadas donde los niveles se estancan, para retomar un sendero de crecimiento entre 1965 y 1985. Desde inicios de los años noventa hasta el 2006-2007, la producción agregada crece a razón del 5,8 por ciento anual”.
Bisang se pregunta si “en la Argentina del Bicentenario se repite parte de la historia del Centenario”.
Una de las motivaciones del actual lockout patronal, expresado por los grandes productores y operadores de la actividad agrocupecuaria, tiene su origen en el deseo de retornar a ese esquema económico agroexportador, con predominio del poder político en manos conservadoras como en ese entonces. Ya se sabe cuál fue el resultado y mucho más lo conocen los pequeños y medianos productores que no quedaron bien parados de ese modelo de exclusión.
Por ese motivo, sus legítimos reclamos quedan confundidos cuando están asociados a los grupos más reaccionarios del sector y, además, cuando provocan el deterioro del poder adquisitivo de asalariados y postergados por el desabastecimiento y suba de precios. Repetir esa historia no es un recomendable sendero a transitar, aunque aprender de ella brinda la oportunidad de aprovecharla para que esta vez los ganadores no sean los mismos de siempre.
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