Chacareros y contratistas, la nueva clase media del interior


EL ENTRAMADO SOCIAL

Esta raza de nuevos productores abrazó las últimas tecnologías. Los mueve una mística extraña y una gran ambición de crecimiento. En ningún otro lugar del mundo el campo pegó el salto que alcanzó en la Argentina. Por: Héctor Huergo



La rebelión del campo sorprendió a la sociedad, por su virulencia y firmeza. Estos chacareros apostados en las banquinas, no reparan demasiado en las consecuencias políticas del desabastecimiento de alimentos básicos. Bajo la difusa figura del "autoconvocado", tienen contra las cuerdas a los dirigentes tradicionales, que están bajo el escrutinio de "las bases".

Se ensayan teorías para explicar la naturaleza de la protesta. La más simplista es la que acusa de intento de golpe de estado a la oligarquía, los terratenientes o los grupos concentrados. Seguro que si hay algún nostálgico del pasado estará ahora medrando con la situación. Al igual que los dirigentes de la oposición, que intentan llevar agua para su molino. A todos ellos los del campo los miran con desconfianza.

Esta raza de nuevos productores se caracterizaba por cierta tendencia autista, acostumbrados a la soledad de la siembra en una noche de invierno, sólo acompañados desde la chata (ahora rebautizada como la 4x4) por la señora llevándole un sándwich o cebándole un mate en la cabecera. Como en todo el mundo, su punto de partida es una raya entre dos jalones: la lluvia y los precios. Por eso están colgados de los pronósticos meteorológicos y de los informes del mercado. Pero los mueve una mística extraña en una sociedad que clama por la asistencia estatal. Estos chacareros, la nueva clase media del interior, con una ambición de crecimiento que suena "desmedida".

Es cierto, son ambiciosos, jugados, le vieron la pata a la sota y apuestan lo que tienen en una siembra. No repararon mucho en el "modelo económico" vigente. Así, tras la crisis de precios de los 80, se lanzaron a un crecimiento cada vez más acelerado a partir de mediados de los 90. En apenas diez años, entre 1996 y el 2007, duplicaron la producción física de granos: pasaron de 45 a 95 millones de toneladas. Nadie creció de esa manera.

Esta expansión tiene un cimiento profundo. Los nuevos actores del negocio agropecuario han recibido una fuerte capacitación tecnológica. Comenzaron a viajar al exterior hace un cuarto de siglo. Arrastraron en sus visitas a las grandes exposiciones mundiales, a los fabricantes de maquinaria agrícola. Desarrollaron, por prueba y error, nuevos sistemas de cultivo, como la siembra directa, una revolución mundial que lidera la Argentina.

Cuando llegó la oleada de la biotecnología, la abrazaron por las enormes ventajas que ofrecía. Así, cambió también la composición de la producción, con el avance fenomenal de la soja. Esta se convirtió en la abanderada del desfile: en 1996 se cosecharon 15 millones de toneladas, ahora 45. Tres veces más. Los cereales, trigo, maíz, sorgo, cebada, más girasol y maíz, pasaron de 30 millones de toneladas a 45. Un 50% en diez años. Esto desmiente la idea de que la soja está desplazando a los cereales: crece más rápido porque es más rentable, y es la señal que dan los mercados.

Como la soja vale el doble que los demás granos, la producción agrícola se triplicó en valor, a precios constantes. Y ahora se suma el alza de las cotizaciones internacionales. Si el valor de la producción agrícola a mediados de los 90 era de US$ 7.000 millones, ahora roza 30.000. Como en una huída hacia delante, crecieron en la convertibilidad, digirieron la crisis del 2002 y retomaron tras la devaluación.

Esta es la base económica de los chacareros modernos. Constituyen una red de 300.000 productores chicos, medianos y grandes, acompañados por sus proveedores de insumos, equipos y servicios. La agricultura argentina está transformada: el productor ya no está sometido al límite de su chacra. Más del 70% de la producción se realiza en campos alquilados. Un tractor y una sembradora permiten sembrar 50 hectáreas por día. Son equipos caros que requieren mucha superficie para amortizarse. Así, brotó la figura del contratista, profesionales que constituyen clave distintiva de la nueva agricultura argentina. Siembra, protección de cultivos y cosecha se realizan por contratistas. La mayor parte son pequeños propietarios, que dan servicios a terceros o siembran asociados con el ingeniero agrónomo, el abogado o el médico del pueblo. Los "pooles" son, en su gran mayoría, pequeñas organizaciones que alquilan campos y siembran con gran eficiencia. Los que se organizaron bien, ganan dinero. Aunque pagaban de hecho un impuesto a las ganancias superior al 60%, que sube al 80% con el nuevo esquema de retenciones.

A partir de la configuración de un cluster único en el mundo, se desarrolló un nuevo entramado social en el interior. Los productores reclaman porque sienten que tienen mucho que perder.

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