El Campo y el lock out patronal
Las sombras del odio
La potencia del clamor empresarial agropecuario para no repartir siquiera un rastro menor del gigantesco excedente obtenido durante los años recientes, no resultaría tan intensa si no contara con algunos puntos de apoyo interesantes en otras franjas.
Como para demostrar que las cosas han cambiado, pero no tanto, la articulación política en su derredor guarda un vínculo estrecho con la gestada durante las tétricas jornadas de 1955 y, en menor medida, con la conocida en 1976.
Las cuatro entidades agropecuarias han dispuesto un lock out salvaje como respuesta a una sociedad que les brindó la posibilidad de crecer hasta niveles insospechados merced a la aplicación de un tipo de cambio favorable y al sostenimiento de la exportación como actividad privada con la limitadísima intervención estatal que implica el cobro de impuestos. Acompañan la protesta con cortes y piquetes cuyo derecho de autor radica en el otro extremo social.
Libertad de pensamiento La Voz del Patrón resuena firme en zonas presuntamente liberadas del clientelismo; las capas medias altas, con sus comercios, profesiones liberales y empresitas prósperas, ladran a coro contra la corrupción y estiman que "nada puede hacerse con un gobierno sucio" al cual le exigen que deje de cobrar impuestos a los poderosos para garantizar de ese modo la libertad, la transparencia y los anhelos individuales de los jóvenes emprendedores de la vieja oligarquía.
Haciendo gala de un sutil troskismo de derechas, como ha sabido indicar un gordo dirigente social, la Federación Agraria Argentina entona, a la usanza del boom floklorico de los 60, que "quien no cambia todo, no cambia nada". Entonces, mientras propone reformas, instauración de Juntas Reguladoras y progresión impositiva, se moviliza raudamente contra el gobierrno en defensa de la Sociedad Rural Argentina.
Y, casi sin eufemismos, buena parte del justicialismo distanciado de los Kirchner, estima que este no es su problema. Con el gesto habitual de la ortodoxia menos consciente, sigue desplegando su búsqueda de asimilación a aquellas familias de cuño conservador para las cuales el peronismo no es otra cosa que la encarnación del Mal en la Tierra. Estos sectores se mostraron inermes en el 55 y cómplices en el 76; ¿qué habría de importartes el problema que vive esta "zurda" de Cristina, que encima anda por ahí revolviendo asuntos del año 75?
En tanto, la izquierda —salvo contadas excepciones— incluyendo a no pocos periodistas de medios alternativos, ha resuelto la cuestión ironizando sobre "la señora presidenta" con un tonito propio de un notero bobo de la revista Rolling Stone, de esos que se sienten modernos y transgresores porque consiguen de garrón una entradita para el Quilmes Rock Festival, donde bandas muy agresivas molestan a la señora canosa que con su peinado batido corre a cerrar la ventana. Todos muy rebeldes.
El Frente Mediocre ¿Podemos abandonar por un instante las características político sociales del Frente del 55 redivido? Si, podemos, y nos asentamos entonces en nuestros devaluados adjetivos: en realidad los une la mediocridad. Las fajas que hemos señalado, y algunas más que se irán haciendo un lugar a lo largo de este artículo, configuran un mapa de la medianía cultural argentina, cuya esencia no es otra que la necesidad de quedar bien ante los múltiples códigos a través de los que se expresa La Voz del Patrón. Quedar bien. Ser reconocido por los Viejos, esos que siempre fueron gorilas sin llegar a tener propiedades de valor.
La movilización masiva del pueblo argentino en el año 2001, impulsada desde tiempo atrás por un movimiento social dinámico generado por las privatizaciones menemianas, permitió transformar el clima político e imponer un puñado de medidas para potenciar el crecimiento en los tiempos cercanos. Entre otras cosas, se rompió el esquema de la convertibilidad —impedía producir y exportar—, se dispuso una moratoria de la deuda externa —medida de fuerza que mejoró las negociaciones posteriores— y se condicionó a las autoridades económicas para que no actúen explicitamente contra el país.
La hondura de esa movida no alcanzó para reconfigurar el panorama económico y convertir a la Argentina en una nación industrial, independiente y socialmente justa. Pero insertó el razonamiento en la gestión estatal y eso fomentó la vinculación con América latina: en lugar de establecer una política externa consistente en enviar dinero hacia el Norte, nuestro país entabló relaciones beneficiosas con las cercanías regionales y se lanzó a un comercio internacional que trascendía las instrucciones centrales.
Como la gran ecuación del poder no se rompió, debido a esas limitaciones, la oligarquía —¿se acuerda que el término era considerado arcaico?— mantuvo una preeminencia sólida y creciente, amparada ahora en ganancias extraordinarias obtenidas por un comercio externo voluminoso. Los muertos de diciembre del 2001 permitieron el alza del poder adquisitivo del conjunto de las clases populares, y también los beneficios de quienes hoy están realizando una salvaje medida semi golpista.
Cada momento de esplendor en las algaradas conservadoras tiene un referente político de fuste. Y así como en alguna instancia fue Ricardo Balbín el vocero republicano más empinado y locuaz, hoy ese lugar es ocupado por Elisa Carrió. Conocedora a fondo de los principios vitales innegociables de las capas medias, de esos por los que vale la pena dar la vida, Carrió persigue a Cristina para averiguar las marcas que dan lustre a su vestuario y las comenta en voz alta, como si estuviera en la peluquería cuando se enciende el runrun del secador.
Cómplice de su público, la más hernosa integrante del Poder Judicial durante la dictadura, sugiere "mirá esta morochita, hija de un chofer tripero de un pobretón barrio platense, como anda haciéndose la gran señora, ocupando un lugar que otras merecemos naturalmente". Y los aplaudidores de la tenacidad oligárquica y de la combatividad de sus frentes de masas, lloran hacia sus adentros porque ganan más, viven mejor, pero tienen que comprar versiones menores de carteras, perfumes y pilchas mientras la que te jedi viste los originales. Y qué injusta es la vida.
El otro punto de apoyo de la medida sudorosa y heroica promovida por la Sociedad Rural y sus satélites está en el mismo gobierno. En un funcionariado de segunda línea con los mismos preceptos y aspiraciones medianas, que "analiza" por lo bajo la necesidad de no irritar a los poderosos y de aflojar en todo lo que sea posible para mantener el equilibrio de fuerzas. Son los que se espantan cada vez que un sindicato o un movimiento social manifiesta su apoyo al oficialismo y señalan —con grandes teorías comunicacionales que ocultan con palabrerío La Voz del Patrón— la necesidad de despegarse socialmente, para "quedar bien".
¿Quién dibuja el horizonte? A decir verdad, el FBI con su armado valijero, los Estados Unidos con su presión colombiana, y la oligarquía local con su negativa a pagar impuestos, han reposicionado como peronista a un gobierno que arrancó vacilante, con ganas de tender puentes hacia Arriba y hacia el Norte, y sin perspectivas inmediatas de resolver los problemas de la enorme masa de votantes populares que lo catapultó a la continuidad.
Fíjate en movimientos —dicen en el prostíbulo— y por sus actos los conoceréis —dicen en la iglesia—: ambas frases significan lo mismo y a ellas nos atenemos.
En los próximos tiempos el gobierno argentino, si desea persistir y si anhela insertar al país en el proceso de continentalización en marcha, necesitará que esas multitudes, además de votarlo, cierren filas. Para eso tendrá que rediseñar su política energética y minera, mejorar el nivel de ingresos en las zonas desfavorecidas, ocuparse con más fruición de temas elementales como la vivienda, la salud y la educación. Tendrá que hacerlo, si no desea que campee el escepticismo ante la propaganda liberal.
Pero este panorama, dividido entre la descripción del presente y las perspectivas futuras, no invalida una serie de interrogantes filosóficos que vale la pena formular a esta altura del partido, tras observar el comportamiento de los mayores beneficiarios de los cambios surgidos en la Argentina durante el Siglo XXI. Tal vez el más importante se refiera a la presunta inevitabilidad de contar con el rechazo, precisamente, de quienes crecen durante un proceso popular.
Los diez años míticos del Peronismo original, las muchas décadas de Revolución Cubana, el actual proceso vivido en la Venezuela Bolivariana, entre otros ejemplos, nos muestran cómo los profesionales que acceden a una cultura de excelencia se retoban, cómo los comerciantes que aumentan sus ventas se indignan, cómo los empresarios que producen más y obtienen nuevos mercados se vuelven estentóreos opositores, cómo las señoras que visten mejor se ofenden, cómo los señoros que empiezan a viajar más cómodamente se clavan puñales, cómo los muchachos que viven con holgura denuncian injusticias aterradoras.
Puede decirse que el ser en sí del ser humano no es otra cosa que la insatisfacción. Que el horizonte se aleja cuando vamos andando. Y cosas así. Pero también es cierto que los procesos populares proteccionistas e industriales en Europa y Estados Unidos gestaron capas medias orgullosas de sus nacionalidades e inclusive de sus Estados. Parece que la cosa es por acá; da la sensación que el problema está latente en América latina y que en nuestro país cobra una energía singular.
Pensemos juntos, jauretcheano lector: ¿qué es lo que lleva al bolichero de la otra cuadra a hablar irrespetuosamente de una mujer que, como Cristina, es respetuosa con su ingreso y su cultura? ¿qué es lo que lleva a ese bolichero a respetar dirigentes que, como los del agro, se burlan de su configuración física, racial, cultural, y nada aportan a su despliegue económico? Las respuestas también pueden ser preguntas: ¿la necesidad de asimilarse a la cúspide social? ¿el placer de repetir frases que sienten bien en un entorno semejante? ¿el gusto de situarse por encima de modestos clientes? ¿la bronca por el ascenso de hombres y mujeres de semejante condición?
Hay más preguntas, y Manual de Zonceras por medio, ya hay algunas respuestas. Pero no está demás pensar en el asunto e intentar debatir sobre el mismo. Sobre todo por estas horas, cuando miles de personas en todo el país se están movilizando porque dicen repudiar el golpe de Estado de 1976, dicen repudiar además las otras asonadas cívico militares, dicen estar de acuerdo con la democracia y dicen que Nunca Más deben ocurrir cosas así.
Quien esto escribe también dice todo eso; y como del dicho al hecho hay más que un trecho, resuelve seguir cuestionando activamente a José Alfredo Martínez de Hoz y toda su estirpe.Y sus planes.Y sus intereses. Porque estima que si no se plantea claramente ese aspecto de lo ocurrido, la repulsa adviene vacua, etérea. Todo se confunde y aparece como bandera el discurso de Eduardo Buzzi: "vamos a seguir peleando con toda la fuerza, porque ya no tenemos nada que perder".
Se trata del presidente de la Federación Agraria Argentina. Hacemos la aclaración, porque tal vez algún lector infiera que semejantes palabras se originan en el castigado espíritu de un dirigente cartonero, de algún referente de los pibes de las autopistas, de un abanderado de los desheredados de la tierra.
La tierra. ¡Qué tema en nuestro país! ¿No? ¡Y nosotros hablando de filosofía!
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