Por Sandra Russo
Corría 1975 y se moría en España el Generalísimo. Para empezar, qué manera de decirle. Por aquí casi no hubo tiempo de hacer sintonía con el principio de la transición española, porque poco después, en l976, el golpe de Estado nos introdujo en un túnel borrascoso que nos iba a mantener siete años paralizados por el terror. Sí recuerdo con mucha claridad lo que se decía aquí, que estábamos en dictadura, sobre lo que pasaba en España, que ya estaba en democracia, o en transición a ella. Se decía que en España “reinaba el libertinaje”. Además de los Borbones, claro.
También recuerdo a Joan Manuel Serrat hablando de aquellos tiempos de la movida española, aquellos años despeinados que nosotros podríamos identificar con los que viviríamos a partir de 1983. La primavera. De España, durante la dictadura, llegaba aire. Y llegaba esa ansiedad, esa pulsión reprimida durante cuarenta años. “Cuando te sacas la faja, las carnes salen pa’afuera”, dijo Serrat. Y es que ambos pueblos hemos vivido, efectivamente, durísimas experiencias de faja. Españoles y argentinos sabemos lo que es vivir fajados, y lo que es desear expandir las carnes y las ideas.
Pero lo que llama la atención es el destiempo, la deshora. Porque España fue durante toda la dictadura el mito más frecuentado por el establishment argentino, cívico y militar, para ejemplificar que los pueblos deben ser tutelados, ya que no saben vivir en libertad, y tan rápido como se quitan la faja, se desbordan hacia “el libertinaje”. Aquí se nos disciplinaba católicamente con el mal ejemplo de la España democrática y alocada, así como ahora a los españoles sus grandes medios y sus políticos de los grandes partidos los quieren disciplinar con el mal ejemplo de esta republiqueta, que tiene el tupé de reclamar soberanía sobre su política de Estado en materia energética. Es tan burdo el cliché. Nos pintan como bananeros, cuando ellos empiezan a conocer el gusto de la banana. Porque con más adjetivos o con menos sustantivos, toda la enunciación que nos llega de los medios dominantes españoles, desde que estalló el conflicto con Repsol, es una enunciación jerárquica. De república a republiqueta. Vaya, una republiqueta que tiene por Presidenta elegida dos veces consecutivas a una mujer. España tiene, por otra parte, cuentas pendientes de descarado machismo.
Con los años uno va atando cabos, y entiende que, casi siempre, la depreciación de una palabra en otra derivada y ya cargada con peste es uno de los trucos favoritos de la prensa y la política de derecha. Una mujer, una mujerzuela; la libertad, el libertinaje; el patriotismo, patrioterismo; lo popular, el rumbo al populismo; una república, una republiqueta. Entre otras cosas, reemplazar una palabra por otra resulta necesario cuando lo que se pretende es sojuzgar a una mujer, delimitar o apropiarse de la idea de libertad, desmerecer el patriotismo para afilar la entrega de todas las banderas de lucha, o arrasar a los sectores populares con ese extraño código semántico neoliberal, que hace residir el “coraje” y la “audacia” en el impulso irrefrenable de destruir derechos laborales, abolir la educación y la salud públicas, destruir fondos previsionales y confiarse a tontas, a locas y a desesperadas en la autorregulación de los mercados que, como se sabe, jamás se regulan a sí mismos y si el Estado no se defiende, se lo comen. No lo dicen frontalmente, pero es que su idea del Estado es ésa: un obstáculo a los intereses de los capitales privados.
Son estrategias de sentido. Juegos simbólicos. Maquillajes discursivos en boca de gente que siempre parece moderada, pero que a la hora de cortar el bacalao no duda en aceptar que haya generaciones y territorios sacrificables. Eso ha sido América latina desde los años ’70 para la Hegemonía que ahora se la cobra a los débiles de Europa. Un enorme territorio en el que fueron sistemáticamente eliminados los opositores políticos para implantar aquí las mismas recetas económicas que hacen ahora sangrar a España.
El dolor de 2001 y la crisis posterior nos permitió rasgar la silicona del Pensamiento Unico, que desde luego que considera patrioterismo al patriotismo, que llama populismos a los gobiernos populares y que tacha a la libertad como libertinaje. Y eso es lo que se agita estos días en España, que por lo visto tampoco tiene democratizada la palabra, y que no ha logrado tampoco juzgar los crímenes de su pasado. Aquí sí se ha juzgado y se están condenando los crímenes de lesa humanidad. El electorado que acompañó a esa mujer que tiene los ojos empastados de rimmel, entre otras cosas, le reconoce esa política de derechos humanos.
Los argentinos menos que nadie podemos confundir a los grandes medios de comunicación como espacio de expresión de los pueblos. Conocemos todos sus trucos, todas sus artimañas, todas sus mentiras. Y conocemos sus pautas publicitarias y la compleja conformación de sus directorios. No serán las voces de los grandes medios las que nos interese escuchar en tanto nos interese la opinión de los españoles. Serán ésas las mismas voces que las de la política bipartidista que se suicida, olvidándose siempre de que la suya debería ser una representación popular, y que deberían gobernar para sus pueblos y no para sus bancos. El PSOE también considera suya la bandera de Repsol. No hay diferencia, y por eso debe ser que gobierna el PP.
En escena hay algo más que un gobierno europeo que defiende a una empresa privada y otro gobierno latinoamericano que plantea su política energética como una cuestión de Estado. Sobre todas estas repercusiones de los grandes medios y los dirigentes de los más grandes partidos políticos españoles planea una subestimación cuyo origen probablemente sea remoto y haya quedado adherido a viejas ideas que España se dio el derecho de tener sobre los países de América latina, independientes desde hace doscientos años. Esas repercusiones incluyen una hilacha de superioridad que hoy suena torva, cuando no patética.
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