“Todos los días nos invaden los marcianos”


Entrevista al director de la carrera de Ciencias de la Comunicación

Alejandro Kaufman analiza la relación entre el sistema de medios y las formas que asumió la cobertura del lockout agrario, la creación de un observatorio y el rol de la Facultad de Ciencias Sociales. Advierte que “los medios hegemónicos no han revisado su propia historia reciente” y que “no puede haber libertad de expresión exenta de crítica a los medios”.

–¿Qué relación hay entre los modos que asumió la cobertura mediática del lockout agrario –en la que la Facultad de Ciencias Sociales advirtió discursos racistas y clasistas– y la particular constitución del sistema de medios argentino?

La concentración del sistema de medios tiene como consecuencia que, aunque pueda ser importante el número de publicaciones gráficas, las dominantes abarcan la mayor parte del mercado. La centralidad porteña de los principales medios audiovisuales tiende a imponer a todo el país lo que sucede en Buenos Aires. También existe un estilo, una impronta cultural que considera la homogeneidad un valor, por lo que la monotonía de la agenda y su univocidad suelen ser lo común.

En una situación de crisis, las consecuencias políticas e institucionales pueden ser gravísimas. Los medios hegemónicos no han revisado su propia historia reciente, sus comportamientos en la dictadura con respecto a la represión y la guerra de las Malvinas. El contexto democrático posdictatorial exige cambios en los medios, cambios que no han tenido lugar. Desde ya que no es el Estado el que podrá conducir esos cambios, sino la recuperación posdictatorial de la sociedad civil. Todo indica que falta mucho para ello.

–Después de las críticas formuladas por Ciencias Sociales a la cobertura del conflicto, ¿cómo analiza la reacción de la mayoría de los medios, más centrada en la función de un observatorio –y en cuestionar a la facultad– que en examinar si hubo o no expresiones y prácticas discriminatorias?
Fue el consejo directivo de la facultad, órgano democrático de gobierno en una universidad pluralista con libertad de cátedra, el que consideró que era necesario poner un límite a los desbordes y excesos que se habían producido.

Los medios hegemónicos exhibieron con naturalidad expresiones y actitudes incompatibles con la convivencia social, cuya continuidad o expansión sólo podrían llevar al desastre. Como los medios hegemónicos lucran con la inminencia de la catástrofe, se trata de una política mediática destinada a provocar pánico e inquietud en la población. Actúan como Orson Welles cuando hizo aquel radioteatro famoso sobre la invasión de los marcianos.

Ahora hay deliberación o negligencia, porque se conocen los efectos de los grandes medios de comunicación. Todos los días nos invaden los marcianos. Entonces la reacción fue congruente con ello. No es que sectores de la sociedad se preocupen por la paz social o la convivencia, o el Gobierno por gobernar de un modo viable, sino que hay en ciernes una diabólica iniciativa para suprimir la libertad de expresión.

Como tantas otras veces, en lugar de abrir un debate con argumentos, se prefiere la alarma, el escándalo y la demonización. Expresiones como la de la “garita mediática” lindan con la barbarie y la estolidez. Por suerte, incluso en los mismos multimedios, hubo actitudes mejores, más sensatas, que no se plegaron automáticamente al discurso que se procuró generalizar.

–¿Para qué puede servir un observatorio de medios construido desde el Estado? ¿Cómo evitar que sea un canal para el poder de gobierno circunstancial?

La participación de las universidades públicas tiene como finalidad establecer cierta garantía de ecuanimidad, porque se basa en convocar a instituciones autónomas, con gobiernos propios, elegidos por los claustros, y objeto de discusión en las propias universidades. Los intentos gubernamentales de controlar a las universidades han requerido intervenir sobre ellas de maneras violentas.

Esto no implica desconocer que la realidad política nacional influye en las universidades, como parte de la sociedad que son. De todos modos, la clave para evitar que un organismo semejante pudiera ser objeto de un uso espurio reside en la sociedad civil, en el ejercicio de las libertades civiles y la vigencia de los derechos humanos.

Lo que ocurra con un observatorio construido desde el Estado depende de la situación del conjunto. Es importante que actividades de esta naturaleza tengan correlatos independientes del gobierno y del Estado, sin perjuicio de que confluyan diversas iniciativas públicas, sociales y privadas.

–¿Cómo conciliar la necesidad de una crítica al rol de los medios de comunicación con la libertad de expresión?

La crítica al rol de los medios forma parte de la libertad de expresión. ¿Cómo podría ser de otra manera? No puede haber libertad de expresión exenta de crítica a los medios. Los medios elaboran un producto público, destinado a acceder a las conciencias de toda la población. Un observatorio observa lo mismo que todos los espectadores.

La única diferencia es que lo observa con otra mirada, otra actitud, antes que nada sustraída a la fascinación que los medios inevitablemente producen. Como Ulises, el observatorio se propone atarse al palo mayor de la nave para no caer bajo el influjo seductor de las sirenas. Eso es lo que molesta tanto, que se difunda un discurso crítico, que la hegemonía inapelable de los medios se ponga en tela de juicio, que se haga desde afuera de ellos lo que la mayoría de ellos no hace, que es examinarse a sí mismos.

Una libertad de expresión anclada en la libertad de las empresas concentradas dista mucho de garantizar el ejercicio pleno de ese derecho básico. Resulta llamativo que se sientan vigilados porque alguien los va a mirar de otro modo que el que ellos prescriben. Es eso lo que rechazan, que alguien, legitimado por instituciones destinadas a proteger derechos instale una discusión sobre las formas y los significados concernientes a los medios. Debería sorprender que se llame vigilancia a la observación de lo que está a la vista.

Me recuerda al relato del rey desnudo. Piden que guarde silencio el niño que revela su desnudez, por otra parte a la vista de todos, estupefactos ante la intimidación que imponía el disimulo de lo obvio. Es evidente que los medios hegemónicos ejercen acciones cuestionables sobre el público, pero siempre es más fácil participar del consenso presunto, de la sensación de que nos hablan a todos y de que todos hablamos por ellos. Hay que vencer ese círculo vicioso, y permitir y permitirse la crítica.

–La intervención de la facultad fue interpretada, desde diversos sectores, como un apoyo político al oficialismo. ¿Puede intervenir la universidad en la realidad sin que su intervención sea reducida a –o descalificada por– un tomar partido en la dicotomía con que se planteó el conflicto?

Se interpreta como apoyo al oficialismo cualquier actitud que no coincida con el temperamento muy extendido en la cultura política de estos años de ejercer una oposición paranoica contra el Gobierno. Contextualicemos. Hay dos palabras que en el lenguaje argentino de la posdictadura quedaron canceladas: “errores” y “excesos”.

Después de tanto esfuerzo por refutar el uso que hizo la dictadura de esas palabras para encubrir sus atrocidades, pareciera que esas palabras ya no se pueden usar. Si decimos de cualquiera que ha cometido errores o excesos en lo que sea, nos suena como si estuviéramos repitiendo el argumento de la dictadura. Estoy simplificando, pero es algo que ocurre hasta cierto punto. Como no se pueden usar esas palabras, hemos quedado reducidos al blanco y al negro. Si alguien se equivoca o se excede es porque encubre atrocidades. Si no encubre atrocidades, entonces pertenece al bien puro.

“Kirchner”, cada uno de sus errores y excesos, es lo mismo que Hitler, pero sin campos de concentración, como dijo en su momento Carrió, y habría que recordar a cada minuto, por lo inconmensurable que es el daño causado con esas palabras, no sólo en el momento en que fueron dichas, sino porque el conjunto de su descripción del Gobierno es fiel a esas palabras. Se ha producido una atmósfera por la cual la foto de un reloj en la muñeca de la Presidenta es lo mismo que una montaña de dientes de oro amontonados en Auschwitz. En esta homología icónica reside el poder de los medios, sistemáticamente utilizado por sectores de la oposición.

De esta manera, nos vemos en dificultades para decir que la declaración de Cristina sobre Sábat fue un error, y que la intervención de D’Elía en Plaza de Mayo fue un exceso, sin que se tenga la sensación de que estamos disculpando algo que en realidad corresponde por un lado a un anuncio de represión de la Gestapo y, por otro lado, a una acción de las tropas de asalto de las SA. Con esto solo no podríamos garantizar que alguna de estas cosas no sucedan en el futuro o en otras circunstancias.

Pero no están sucediendo ni hay ningún indicio de que estén sucediendo. En cambio, se las describe como si fueran inequívocas. El error de Cristina acerca de Sábat fue criticado en forma precisa y severa por varios de los principales columnistas de Página/12, con argumentos muchísimo mejores que la mayoría de los que se exhibieron desde la oposición.

–¿Cómo analiza la particular relación del gobierno kirchnerista con los medios?

La actitud del Gobierno es reactiva, frente a una oposición que prefiere la difamación, la inducción de la histeria colectiva y el pánico destituyente antes que la confrontación política argumentativa y crítica. Esto no implica que el Gobierno tenga en su haber la virtud de la racionalidad política ni mucho menos, pero ha mostrado en estos años más sensatez que algunos de sus adversarios.

En lugar de limitarse a acusarlos por no dar conferencias de prensa habría que interrogarse y reflexionar sobre la historia reciente de los medios y sus relaciones con la política. Después de años de horror dictatorial, frivolidad farandulesca en el menemismo y finalmente la crisis terminal del 2001, lo que ahora está ocurriendo no puede menos que abrir interrogantes sobre esas terribles experiencias.

Quien quisiera superarlas debería hacer algo más que dedicarse a destituir al kirchnerismo. No reivindico las interpelaciones directas a empresas y periodistas como método, dado que son una consecuencia de la historia reciente. Hay demasiados periodistas y modalidades comunicacionales que fueron parte de la dictadura, y que cada vez que pueden la reivindican de un modo u otro.

Esos sectores, mucho más amplios de lo que podría suponerse, odian visceralmente al Gobierno por lo que tiene de divergente de la dictadura y del menemismo, no por lo contrario. Lo odian por lo que tiene de redistributivo, justiciero, defensor de los derechos humanos, no porque no sea republicano. ¿Debo aclarar que no soy ni me siento “kirchnerista”? Solo un contexto de polarizaciones y distinciones binarias genera una situación casi insoportable, en la que si no se comparten las demonizaciones corrientes del Gobierno, entonces se cae bajo la sospecha de una complicidad con no se sabe qué cosas tremendas. ¿Esa restricción conceptual no es totalitaria al fin de cuentas?

No hay comentarios: