EL CAMPO TAMBIEN SIGNIFICA TRABAJO INFANTIL
UN ESTUDIO MUESTRA QUE LA EXPLOTACION DE CHICOS SE CONCENTRA EN LAS PRODUCCIONES RURALES
La presencia de niños y púberes en el mundo laboral rural supera por mucho a lo que se ve en las ciudades y lleva a situaciones límites: pibes esclavizados y pibes que hacen de “banderas” para aviones que los fumigan.
El trabajo infantil rural tiene la característica de “normalizarse”: se hace costumbre con mucha facilidad.
Por Mario Wainfeld
“Por la mañana temprano
se va el changuito con su papá
van rumbeando p’al surco
a pelar cañas del Tucumán.”
Ramón “Palito” Ortega,
Changuito cañero
Las escenas imaginables son misceláneas, como lo es el mapa argentino. Desde los chicos o chicas que “dan una mano” a sus padres que trabajan para otro, hasta los que hacen de “banderas humanas” para indicar con su mera presencia cultivos que deben ser fumigados, exponiéndose al consiguiente bombardeo tóxico. Como todo universo social, el del trabajo infantil en el agro no se deja describir con un trazo simple. El promedio, de cualquier manera, es alarmante, es porcentualmente mayor al, ya afrentoso, de los centros urbanos. Decenas (o cientos) de miles de menores trabajando por poco dinero o por ninguno, contrariando las expresas prohibiciones legales. El impacto de esa incursión temprana en sus biografías también es arisco a la simplificación, pero todos los estudios realizados concuerdan en que deteriora su trayectoria educativa y los expone a enfermedades y accidentes, hueros de cobertura asistencial.
La deuda social no es exclusiva del “campo”, pero alcanza registros exorbitantes en un sector que transita una etapa de auge. La sobreexplotación y la violación de normas legales domésticas e internacionales deberían ser un capítulo en las negociaciones entre “el campo” y el Gobierno, amén de formar parte del prometido plan agropecuario. Que se sepa, no está en la mesa en la que se negocian idas y vueltas de miles de millones de dólares.
La ley y la trampa
La Ley de Contrato de Trabajo, en línea con lo que predican organismos internacionales, prohíbe el trabajo infantil, esto es el realizado por menores de 14 años, admitiendo como excepción la actividad en establecimientos familiares, no riesgosa para el menor y controlada por la autoridad pública. El “trabajo adolescente” (14 a 17 años) está regulado, limitado en la cantidad de horas laborables y prohibiendo el trabajo nocturno. Esas disposiciones, muy básicas, son burladas todos los días.
No es sencillo el recuento: la ilegalidad no se ostenta ni se deja medir, como regla. El trabajo infantil, por añadidura, se invisibiliza o naturaliza en muchas comunidades, a fuerza de necesidad o de repetición.
El esfuerzo más riguroso para medir la magnitud del trabajo infantil es la Encuesta de actividades de niños, niñas y adolescentes (Eanna) realizada en órbita del Ministerio de Trabajo, con cooperación del Indec en el año 2004. La consulta no abarcó toda la Argentina, pero sí territorios que representan al cincuenta por ciento de su población, discriminados en cuatro informes: Gran Buenos Aires, Mendoza, un agregado de Jujuy, Salta y Tucumán (NOA), más uno de Chaco y Formosa (NEA).
Los guarismos se consiguen cruzando datos, algunos emanados de otras mediciones (la Encuesta Permanente de Hogares, los censos), referidos a ingresos, asistencia escolar, experiencias previas. El saldo es siempre aproximativo: los censos de población (que consultan sólo sobre el trabajo desplegado la semana anterior al relevamiento) subestiman la magnitud del trabajo infantil. Otro tipo de estudios puede sobreponderarla.
Changuitos
La informalidad está muy propagada en “el campo” (ver nota aparte), con el consiguiente agravamiento de la desprotección frente al deterioro de la salud y a los accidentes laborales.
Según un profundo estudio cualitativo realizado por la investigadora Susana Aparicio (ver asimismo nota aparte), basado en los datos de la Eanna y del Ministerio de Trabajo, el trabajo infantil rural en tareas dirigidas al mercado (esto es, excluyendo el realizado en familia con fines de autoconsumo) alcanza las siguientes marcas:
Menores de 5 a 9 años: 13,3 por ciento.
De 10 a 13 años: 29,6 por ciento.
Es decir, más de uno de cada diez chicos en condición de cursar los primeros grados de la escuela primaria trabaja en abierta violación legal. La cifra duplica largamente al porcentual similar en zonas urbanas, que es el 6 por ciento.
La proporción se dispara entre los 10 y los 13 años. La brecha con los menores de igual edad que labora en centros urbanos (22,3 por ciento) es sensiblemente menor. Pero la cifra es brutal, casi tres chicos de cada diez realizan trabajo infantil en tareas agropecuarias
Impactos
Hagamos un paneo, incompleto y a vuelo de pájaro, de algunas consecuencias palpables del trabajo infantil registradas por la Eanna.
n Los registros de ausentismo, llegadas tarde, repitencia y abandono de la escuela de los chicos que realizan trabajo infantil (en este caso computando áreas rurales y urbanas) duplica al de sus pares que no laboran. Las familias, haciendo lo que pueden, a veces apelan a atajos muy contraindicados, como enviar a la escuela nocturna a chicos que trabajan durante el día.
- En algunas actividades, por ejemplo, la vinculada al cultivo y recolección del limón en Tucumán, el período de trabajo se superpone al año lectivo, con las consecuencias imaginables.
- La “dedicación horaria” de chicos de 9 a 13 años trepa a un promedio de siete horas por día, llegando a diez horas en uno de cada diez casos. O sea, jornadas similares a la de los adultos. La mayor sobrecarga horaria ocurre en actividades agropecuarias.
- Bastante más de la mitad de los chicos (el 62 por ciento) recibe retribución en dinero, el promedio mensual en 2004 era de 21,60 pesos.
- La iniciación laboral, en promedio, ocurre a los nueve años. En los medios rurales es aún más precoz: un año antes, como promedio.
Nuevamente, hablamos de algo prohibido.
Casos
El Registro Nacional de Trabajadores Rurales y Empleadores (Renatre), destinado a dar cuenta de los trabajadores formalizados y promover el blanqueo de los informales, casi por definición, no puede dar cuenta del opaco mundo del trabajo infantil.
Algunas de las labores que emprenden los chicos son sencillas y hasta podrían ser a primera vista conmovedoras, en la línea del mensaje de la canción de Palito que sirve de epígrafe a esta nota. También hay muchas situaciones en la que es difícil deslindar las tareas domésticas intensas, de las dedicadas al autoconsumo del trabajo infantil propiamente dicho. Otras acrecientan el riesgo como son en general las labores a cielo abierto, expuestas a lesiones, mordeduras de animales y derivaciones de las contingencias climáticas.
Un ejemplo atroz se difundió el jueves, en este mismo diario. Un proveedor mayorista de huevos de Capilla del Señor que mantenía a alrededor de treinta personas, veinte de ellos niños, en situación de servidumbre. Jornadas laborales de 14 horas, paga “por familia” de alrededor de 800 pesos mensuales.
Otro que tuvo gran repercusión mediática que fue suministrado por la ONG Pelota de Trapo y refrescado por Susana Aparicio es el de los “jóvenes bandera”. No ocurre en las zonas más castigadas, sino en la Pampa húmeda y en grandes establecimientos. Consiste en conchabar adolescentes o niños para señalizar, durante horas, el lugar que debe fumigarse. El estipendio es bajo, la tarea es sencilla, la exposición a la acción de pesticidas, innegable. El hecho fue denunciado por la ONG Pelota de Trapo en repetidas oportunidades.
Cierto es que hay ejemplos confortantes, en sentido inverso. Uno de los más difundidos es de la cooperativa de pequeños agricultores misioneros que produce la yerba Titrayjú (apócope de Tierra, trabajo y justicia) en condiciones de trabajo decente y consumo responsable, sin emplear ilegalmente a menores y pagando iguales sueldos a hombres y mujeres.
Excusas
Como también pasa con el trabajo “en negro”, una realidad ilícita y perversa es validada o minimizada a través discursos justificatorios, casi siempre emitidos en voz baja. Suelen combinar un tono pietista o paternalista que encubre la aceptación del capitalismo extremo. “Mejor eso que no trabajar, mejor eso que el hambre, mejor que la marginalidad.”
En verdad, se trata de la violación de derechos básicos de quienes, en tiempos remotos, fueron definidos como “los únicos privilegiados”. Bonito tema para discutir en el paquete del plan agropecuario si sus partes quieren, de veras, pensar en un país en serio.
Es ilegal, le dicen negro.
El trabajo informal, (a) “en negro”, no es un invento de los empresarios agropecuarios pero sí les cabe el dudoso honor de tener marcas record en la materia. Se trata de una dura competencia, la desobediencia patronal (que eso es el “trabajo en negro” y no un recurso para aliviar costos, como a veces se musita acá y allá) es enorme en la Argentina. La tasa de empleo no registrado, en el sector agricultura, ganadería y silvicultura en todo el país llega al 62,5 por ciento. Esa cifra exorbitante es largamente desbordada en provincias como Chaco (80,8), Santiago del Estero (85,8 por ciento) o Formosa (92,3 por ciento). En provincias supuestamente prósperas, mucho más pobladas, los porcentuales bajan un poco pero conciernen a muchos más habitantes y siempre exceden a la mitad de los trabajadores. Así sucede en Buenos Aires (53,9 por ciento), Córdoba (66,5 por ciento) y Santa Fe (67, 3 por ciento). El fenómeno, que da contexto al de la explotación de mano de obra infantil, deriva en desprotección ante los infortunios del trabajo y los vaivenes de la salud de los trabajadores. Los datos que se consignan corresponden a un relevamiento realizado por el Ministerio de Trabajo en 2006, en base a Cuentas Nacionales (Indec), al Censo de Población y Vivienda de 2001 y a la información del Sistema Integrado de Jubilaciones y Pensiones (AFIP).
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