DESIERTO VERDE Y CONTAMINADO

Por el Movimiento Nacional Campesino Indígena


Desde el Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI), integrado por 15.000 familias de siete provincias, expresamos nuestro repudio al lockout agropecuario. Este expresa la ambición egoísta de los agronegocios que, no conformes con haber devastado y saqueado los bienes naturales para ganar millones de dólares, van por más.

Las llamadas “entidades del campo” (SRA, CRA, FAA y Coninagro) sólo pronuncian los dictados de los agronegocios. Su símbolo actual es la soja transgénica, que por su alta rentabilidad ha devastado bosques, desalojado comunidades campesinas e indígenas, contaminado suelos y aguas, y aumentado los precios de los alimentos en el mercado interno. Nuestras comunidades se ven diariamente amenazadas por matones y topadoras que responden a esta política del “campo”.

El avance del modelo sojero, iniciado durante el menemismo y acentuado en esta década, significa un desierto verde y contaminado, sin agricultores y ciudades saturadas de familias expulsadas de las zonas rurales.

Coincidimos con la necesidad de frenar el avance de la soja en nuestro país, y entendemos que las retenciones e impuestos progresivos son medidas necesarias, sin embargo insuficientes.

El Gobierno durante años ha fomentado los agronegocios. Casi no existen políticas destinadas a las comunidades campesinas indígenas.

El modelo sojero no es sostenible por debajo de las 500 hectáreas. La enorme cantidad de “pequeños productores” que poseen menos de 500 hectáreas las arriendan, a un precio fijo, a un productor mayor. Este productor mayor es quien afronta las retenciones, y no quien arrienda.

Algunos “pequeños productores” han quedado envueltos en el doble discurso de la Federación Agraria Argentina (FAA) y participan de los piquetes engañados, ya que las retenciones no los afectarán. La FAA ha vuelto a responder a sus socios sojeros abandonando a sus federados pequeños, como lo hizo en distintos momentos de la historia. El más reciente fue su silencio durante los ’90 cuando fueron expulsados del campo 300 mil pequeños productores.

Esta es una oportunidad para redefinir las estrategias de desarrollo en función de la agricultura campesina indígena, del pequeño agricultor que vive en su predio, del trabajador rural. Esa estrategia debe contar como actores fundamentales a las organizaciones campesinas y los pueblos originarios. Destinar recursos a créditos y subsidios que mejoren la infraestructura comunitaria, productiva y de servicios sociales en el campo profundo. Detener los desalojos de familias campesinas e indígenas. Planificar la redistribución de la tierra y el repoblamiento del campo. Garantizar la producción de alimentos sanos para la población y centralizar en el Gobierno las exportaciones para regular los precios internos y redistribuir los ingresos.

La correcta reglamentación de la ley de bosques es otro paso fundamental.

El modelo sojero avanza a medida que hace retroceder otros cultivos, lo que encarece la canasta básica. Por sobre todo, el modelo sojero elimina mano de obra: genera sólo un puesto de trabajo cada 500 hectáreas. La agricultura campesina genera 35 puestos de trabajo genuinos por cada 100 hectáreas, garantiza diversidad productiva, abastecimiento de mercados locales, desarrollo de la identidad cultural y protección y uso sustentable de los bienes naturales.

Es necesario transitar hacia la Soberanía Alimentaria de nuestro pueblo y eso no es compatible con monocultivos transgénicos ni con el libre mercado.

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