“El precio de los alimentos no puede ser fijado por la Bolsa”
JEAN ZIEGLER, RELATOR DE LA ONU SOBRE ALIMENTACION
El experto internacional habla de la decepción que le provocó el resultado de la cumbre de la FAO, que se realizó en Roma la semana pasada. Asegura que los Estados Unidos sabotearon la resolución para que no se mencionaran los biocarburantes, la especulación bursátil y las políticas del FMI.
Por Vicente Romero
Desde Ginebra
Firme y radical en sus convicciones, el suizo Jean Ziegler es uno de los más lúcidos analistas de la realidad mundial. Tras haber sido durante muchos años diputado socialista y enfant terrible de la II Internacional, sus opiniones son respetadas especialmente en el ámbito de los Derechos Humanos. Como relator especial de las Naciones Unidas sobre Alimentación ha denunciado los despiadados negocios que se ocultan tras el hambre de millones de seres humanos. Incansable, pese a haber superado la barrera de los setenta años, el profesor Ziegler continúa alzando su voz frente a las injusticias que constituyen la base del sistema económico internacional.
Tras la cumbre convocada por la FAO en Roma, Ziegler no vacila en señalar a los instigadores del fracaso de Naciones Unidas, precisando que habla a título personal ya que el ejercicio de su cargo le impediría pronunciarse sobre algunas cuestiones.
“Lo positivo –dice– es que por primera vez se reunieran más de 50 jefes de estado o de gobierno y 2000 altos funcionarios para discutir estrategias comunes contra las masacres del hambre. Pero el resultado final es extremadamente decepcionante, porque la resolución final no dice nada sobre los biocarburantes, que queman centenares de millones de toneladas de grano; nada sobre la especulación bursátil que hace explotar los precios de las materias primas agrícolas; nada sobre las políticas absurdas del Fondo Monetario Internacional y de la Banca Mundial. La causa principal de este fracaso es el sabotaje norteamericano. Los Estados Unidos y sus aliados consideran que la mano invisible del mercado resolverá por sí sola el espantoso problema del hambre. Y que hace falta liberalizar aún más el mercado mundial, privatizar todo el sector público, para que las fuerzas de producción se desarrollen y conjuren el hambre. Esa es también la teoría de las grandes sociedades multinacionales que controlan el comercio alimentario mundial.”
–¿No es absurdo que los alimentos básicos coticen en Bolsa y estén sujetos a maniobras especulativas, cuando su comercio condiciona la supervivencia de millones de personas?
–Absolutamente. Es un despropósito que el precio de los alimentos sea fijado por la Bolsa, cuando deberían ser retirados de la especulación. Lo ocurrido entre diciembre y marzo pasados fue escandaloso: tras el crack financiero, que provocó más de un billón de dólares de pérdidas en valores patrimoniales, los grandes especuladores emigraron de la Bolsa de Nueva York hacia la de Chicago. Es decir, pasaron de especular y perder con acciones y obligaciones, a hacerlo y conseguir enormes beneficios con materias primas agrícolas, con arroz, trigo, mijo, etcétera. La sociedad civil exige que los alimentos sean declarados bien público y que su precio se fije mediante negociaciones entre países productores y países consumidores. El sistema para hacerlo ya ha sido puesto a punto por la Untacd, que presentó en Roma siete métodos para fijar los precios de las materias primas alimentarias. Pero las presiones de la delegación norteamericana y de las grandes sociedades multinacionales lograron que quedara descartado.
–Parece que las instituciones económicas internacionales aceptan la desigualdad como un orden natural del mercado mundial y cierran los ojos ante las responsabilidades criminales de las grandes corporaciones financieras privadas...
–Sí. Para las organizaciones responsables del orden económico mundial, como la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional, lo que cuenta es el mercado. Por eso pretenden desarmar a los estados, privatizar todo el sector público y arrebatar a los pueblos el control de las riquezas. Pretenden que una liberalización total liberará fuerzas que duermen en el mercado mundial y creará riquezas inmensas. Y anuncian que un día se producirá una golden rain, una lluvia de oro que beneficiará a todo el mundo. Sin embargo, desde que se inició la globalización tras la desaparición de la bipolaridad del mundo, el producto mundial se ha doblado y el comercio mundial se ha triplicado. Pero las inmensas riquezas creadas se han quedado entre las manos de las oligarquías financieras, que tienen hoy mayor poder del que jamás ha tenido ningún jefe de estado, rey, papa o emperador. Las grandes corporaciones multinacionales controlaron el pasado año el 52 por 100 del producto mundial bruto. Y, al mismo tiempo, dos mil millones de personas, según las estadísticas de las Naciones Unidas, viven en la miseria más extrema, sumidas en un terror cotidiano, condenados a la angustia cotidiana de saber que mañana tampoco tendrán con qué comprar los alimentos que precisan sus familias. Pero las oligarquías financieras que detentan el poder económico no tienen interés alguno en favorecer un reparto más justo ni se plantean objetivos de justicia social.
–¿Disponen los Estados de suficiente poder para oponerse a los designios de las grandes corporaciones multinacionales?
–En el orden mundial del capitalismo globalizado, con el mercado como instancia decisoria central expresada mediante la bolsa, el poder de los estados ha disminuido, ha retrocedido. Lo que cuenta son las oligarquías detentadoras del capital financiero. Así, ocho sociedades multinacionales controlan más del 80 por 100 de todo el comercio mundial de alimentos básicos. Cargill, por ejemplo, monopoliza el 25 por 100 del comercio de cereales. Las sociedades multinacionales no son la Cruz Roja: su misión es conseguir beneficios, incrementar su valor financiero; sería absurdo pedirles que bajaran los precios, que pensaran en los hambrientos.
Porque corresponde a los estados imponer el bien público, emprender una lucha efectiva contra la masacre cotidiana del hambre. Pero los estados no están haciendo ese trabajo y las Naciones Unidas tampoco, aunque técnicamente existen los instrumentos precisos para ello. Lo que falta es una presión pública, democrática, que lo exija.
–¿No cabe esperanza alguna?
–La única esperanza que nos queda es la insurrección de las conciencias, el imperativo moral de cada uno de nosotros. Nos cabe publicar los datos dramáticos del hambre para favorecer una toma de conciencia que movilice a la ciudadanía. Si los ciudadanos dijeran no queremos tolerar que cada cinco segundos muera un niño de hambre, no queremos tolerar que los especuladores decidan los precios de los alimentos, nuestros gobiernos estarían forzados a reaccionar. Y el hambre desaparecería en pocos meses.
–Una de las cuestiones urgentes que la cumbre de Roma ha dejado sin responder es el impacto de los biocombustibles sobre la crisis alimentaria.
–Los agrocarburantes, agroetanol o agrodiesel, son un crimen contra la humanidad. El año pasado, pongo un ejemplo, los Estados Unidos quemaron 131.000 millones de toneladas de maíz, el tercio de su cosecha, más otros centenares de millones de toneladas de cereales, para fabricar agrocarburantes. El argumento del presidente Bush no es totalmente absurdo: pretende luchar contra la degradación del clima y contra la excesiva dependencia del petróleo proveniente del Medio Oriente. Pero hay un derecho que prima sobre cualquier argumentación, que es el derecho a la vida, el derecho a la alimentación. Y si se retiran del mercado 131.000 toneladas de maíz del mercado para fabricar agrocarburantes destinados a los cientos de millones de automóviles norteamericanos, se provoca que los precios de la alimentación básica exploten en México. Eso es intolerable. Para valorar qué suponen los agrocombustibles basta un ejemplo: llenar con 50 litros de bioetanol el depósito de un vehículo de turismo normal requiere quemar 358 kilos de maíz. Y con 358 kilos de maíz un niño mexicano o de Zambia, por citar dos países donde el maíz es alimento básico, puede vivir durante un año.
Un grito que nadie quiso escuchar
El relator de Naciones Unidas advirtió el pasado octubre la gravedad de la situación alimentaria mundial durante la presentación de su último Informe ante la Asamblea:
n El derecho a la alimentación está negado a millones y millones de personas. Diariamente 24 mil personas mueren de hambre, y si sumamos los que mueren por sus consecuencias inmediatas, alcanzamos la cifra de 100 mil personas cada día. El año pasado murió de hambre un niño menor de diez años cada cinco segundos. Cada cuatro minutos alguien muere por falta de vitamina A. 854 millones de personas subsisten gravemente subalimentadas. Y las cifras aumentan.
Minutos después, conversando en los pasillos de la ONU, Jean Ziegler se confesaba escéptico sobre el efecto de su grito de alarma ante una comunidad internacional que se mantiene impasible frente a la mayor tragedia del mundo actual: “Durante la hora y media que he hablado, 564 niños menores de diez años habrán muerto de hambre. Hay algo de fantasmal y espantoso en el hecho de que se discuta y discuta sobre qué medidas tomar mientras millones de personas agonizan de hambre, cuando esas medidas resultan tan evidentes que no haría falta debate alguno: frenar la especulación con los alimentos, evitar la destrucción de la agricultura africana por el dumping europeo, forzar a las corporaciones multinacionales que dominan la economía mundial a un comercio y unos salarios justos, hacer la reforma agraria en regiones donde la población no tiene acceso a la tierra... Pero detrás de los estados se mueven inmensos intereses de grupos económicos que lo impiden”.
Más de siete meses después, y agravada la situación por el constante aumento de precios de los alimentos básicos, la cumbre de Roma ofrecía una nueva ocasión para adoptar medidas urgentes y delimitar las responsabilidades de quienes se enriquecen con la miseria de millones de desheredados. Sin embargo, la reunión representó otro fracaso, reducida a vagas declaraciones de intenciones y una insuficiente recogida de fondos, mientras el hambre amenaza con extenderse a otros 100 millones de personas.
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