MORIR EN SU LEY



"No tengo palabras. Sólo puedo llorar. Y por ahí pienso en Cristina y me digo que no puedo dejarme así, con tanto dolor. Tampoco arrancar con consignas, hasta la victoria y eso. Néstor era, es, uno de los afectos más grandes de mi vida. Y eso no pasa por la política, o no pasa lo que importa por ahí. Es el amigo al que lloro. Sin palabras".



Es Egardo Depetri.



Y recuerdos felices, cuando el K era gobernador de Santa Cruz y los mineros en conflicto lo cercaron dentro de la mina, cautivo lo tuvieron esos salvajes. Luego la pelea por el Turbio, con Menem diciendo cierre y pague. Y no. Cerrar el Turbio era cerrar un proyecto de país, un sueño industrial que formuló el general Perón. Era clausurar esa estepa sólo para terratenientes, gringos, fusiladores. Y no.



De ahí nace esa amistad de Depetri con el K. Edgardo tenía 23 años. Y siempre El Turbio, la lucha de los compañeros contra el desguace, como pelearon en Neuquén contra dejar de producir agua pesada. Y no son casualidades que ahí se fueran soldando complicidades: era defender lo que se podía mientras se derrumbba el estado. Saqueado.



Eso tendrías que escribir -dijo Edgardo pocos días antes de que la muerte se lo llevara a Néstor Kirchner.



Los mineros. Y una de las últimas visitas -un acto-, cuando se anunció la creación del sueño de generaciones de trabajadores, la fábrica en boca de mina. Ya Cristina presidenta. Y la valla de contención fue nada cuando Néstor se zambullló entre ese manto de cascos. Que salvajes. Y era fiesta. Y Cristina atajando manos en el entusiasmo de todos esos hombres del socavón, que la adoran.



No tengo palabras. Sólo puedo llorar, dice Edgardo.



Y vale. Habla del amigo. Un poco padre, un poco jefe, compinche. Es la vida. Donde la vida te pone. Quién hubiera dado un mango por ese gobernador del fin del mundo. Quién hubiera pensado que cambiaría el curso de la derrota del pueblo. Que aquella resistencia a mantener la mina de Río Turbio, es la misma energía que pondría después para recuperar el Estado.



Hay un libro, El papel del individuo en la historia, de Plejanov, un pensador ruso. Y la esencia de todo ese trabajo es esa, la casualidad, la importancia de un individuo. Ese mismo Kirchner que los mineros lo tuvieron cautivo dentro de la cueva negra, fue el hombre del destino.



Es el amigo al que lloro.



No es un epitafio. Hay que haber patinado por esas estepas heladas buscando un horizonte. Y, uno dice, alguién puede pensar, que tuvo avisos, que Néstor Kirchner se tendría que haber bajado, parar la pelota, cuidar su salud. Seguramente estaría vivo.



-¿Para qué?, dice una mujer que también lo llora. Ese "para qué", le sale desde las tripas. Murió como un héroe- agrega. Como debe morir si tiene que morir, un cojudo. Todo un hombre. Por eso tiene a Cristina. Son luminosos. Así la vida vale aunque te mate.



Bueno. Mejor no discutir.



Los compañeros del Frente Transversal han estado a la intemperie, en la Plaza. La sombra del dolor de un pueblo.



Y queda ese recuerdo del K tirándose a la pileta de cascos. Sus amigos del Turbio. Y Cristina.



Y Cristina.



Prensa Frente Transversal

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