El despegue
Por Horacio Verbitsky
Hacia los 50 mil millonres de reservas Antes de que termine el verano, las reservas podrán llegar a los 50 mil millones de dólares, un seguro contra la crisis financiera adquirido en contra de la ideología del ajuste. El encuentro presidencial con la CGT y la alianza con Moyano, frente a enemigos comunes. Dentro de diez días con la CTA. La fragmentación social, la distribución regresiva del ingreso y la baja sindicalización, desafíos simétricos.
Al ritmo actual de incremento las reservas argentinas pasarán antes de que termine el verano de los 50.000 millones de dólares. Este seguro contra la turbulencia financiera fue adquirido en el último lustro en contra de las recomendaciones y/o exigencias del Fondo Monetario Internacional, de varios gobiernos de países centrales, de grandes empresas de servicios y del coro de vistosos guacamayos aborígenes que hacen eco a cada uno de esos pronunciamientos.
Junto con las restricciones al ingreso y a la salida de capitales especulativos y a los consistentes superavit fiscal, comercial y de balance de pagos, esos fondos permiten que por primera vez una crisis mundial de magnitud (y la prensa internacional compite en hipérbole para describirla) se vea desde aquí como un fenómeno lejano, con alguna eventual influencia indirecta pero que no compromete las líneas generales de un proceso económico con bases propias y perspectivas de continuidad.
Y con sus propios problemas, también, como la pugna por la distribución del ingreso y la inflación que la expresa. Un debate riguroso sobre su etiología es imperioso, para no sacar conclusiones falsas ni aplicar remedios equivocados.
La heterodoxia
Nunca antes el país había gozado de cinco años seguidos de crecimiento, a tasas del 8 o 9 por ciento. Esto se debe en parte a las condiciones internacionales pero también a decisiones heterodoxas mantenidas pese a todas las presiones.
Las características de la globalización, a la que asoma la clase media de los dos gigantes asiáticos, han vuelto a tornar favorables los términos del intercambio, asegurando saldos comerciales elevados aun luego de incrementar las importaciones, necesarias para consolidar la marcha ascendente de la economía y también para abastecer un consumo sofisticado, que amenaza repetir deformaciones del pasado reciente.
Desde la crisis de 1929 cada ciclo de crecimiento se detuvo cuando el correlativo aumento de las importaciones desequilibró las cuentas externas y derivó en políticas de estabilización, ajuste o austeridad, según los nombres que recibieron en cada época, y/o en el endeudamiento externo. Hasta Juan Perón desplazó el discurso de la justicia social por el de la productividad cuando un par de malas cosechas no le permitieron mantener los niveles de compras externas y de consumo interno sin profundizar su política tributaria.
Reclamos similares comenzaron a escucharse durante la última campaña electoral y han subido de volumen desde la asunción de la nueva presidente. La diferencia de fondo que esas voces prefieren ignorar es que hoy no existe el estrangulamiento del sector externo y las perspectivas son las mejores que el país ha tenido en más de un siglo. Con déficit o superávit, las razones tienen que ver con la distribución del ingreso. Elogio de la prudencia
En sus imprescindibles “Estudios de historia económica argentina. Desde mediados del siglo XX a la actualidad”, Eduardo Basualdo narra que en 1949 las subsidiarias extranjeras obtuvieron una rentabilidad del 40 por ciento sobre el capital invertido, porcentaje que durante la denominada crisis de 1952 y 1953 se redujo al 18 por ciento.
Seguía siendo “notablemente alta en términos históricos e internacionales” pero desató una ofensiva política, ideológica y económica de las fracciones dominantes del capital para instalar la convicción de que el problema radicaba en la excesiva intervención y gasto estatal y en el elevado nivel de los salarios.
Basualdo conjetura que el Estado hubiera podido acentuar la redistribución del ingreso hacia los asalariados y los empresarios más débiles mediante una legislación antitrust al estilo de la estadounidense; o apropiarse de esas ganancias extraordinarias por medio de impuestos que luego el capitalismo de Estado invirtiera en la industria pesada; o condicionar los beneficios de la protección, los créditos subsidiados y las compras estatales a la realización de inversiones industriales estratégicas, como luego haría Corea del Sur.
De este modo, entiende que el escollo contra el que chocaron los primeros gobiernos peronistas no provino del lado del trabajo sino del capital. Esta reflexión no ha perdido valor admonitorio pese a las diferentes condiciones de este momento.
En el caso actual, un gobierno que apueste al desarrollo y a la inclusión tiene recursos suficientes para eludir la encerrona y asegurar el despegue tantas veces frustrado. Siempre y cuando adopte algunas decisiones que canalicen esos recursos en la dirección adecuada y no permita, como tantas otras veces que alimenten ganancias extraordinarias sin consecuencias productivas. En ese sentido, las retenciones seguirán siendo un instrumento privilegiado, aunque no deberían sustituir a la tantas veces postergada reforma integral del sistema tributario.
Sequía e inundación
La abrupta ruptura de la convertibilidad en 2002 tuvo el efecto de una inundación sobre la tierra reseca por la sequía y produjo una caída vertical del empleo y los salarios. Al cabo de cinco años de recuperación, la desocupación se redujo al 7,5 por ciento pero la participación de los salarios en el ingreso recién se acerca a los niveles de 2001, con gran fragmentación social.
Es el momento en que las fundaciones, consultores y medios de comunicación orgánicos del patronato comienzan a afirmar que el incremento de costos está erosionando la rentabilidad de las empresas y a proponer las recetas tradicionales. Esta afirmación pasa por alto no sólo las súper ganancias que las empresas internalizaron en estos años, sino también los incrementos de productividad muy por encima de los costos salariales.
El cambio de gobierno es el momento ideal para presionar por rectificaciones de rumbo, aunque el nuevo ministro de Economía conoce bien la elevada rentabilidad que las empresas han obtenido en el último lustro a expensas del derrumbe salarial, porque lo estudió cuando participaba en la confección del Indice de Rentabilidad de la Fundación Unidos del Sud, del filántropo colombiano Francisco de Narváez.
Además, dentro de cinco meses deben renovarse las autoridades de la CGT. La voz de orden en las empresas y sus voceros es la moderación y la prudencia en los reclamos salariales, aspiración que atribuyen a la presidente, pese a que sus pronunciamientos públicos sostienen por el contrario que la recuperación del ingreso de los trabajadores es una meta central de su gobierno. Lo complicado es conciliarla con la preservación de un clima social propicio para la inversión.
Del Episcopado a la CGT
El sostenido crecimiento de la economía durante sesenta meses consecutivos a las tasas más altas que se recuerden, la reducción a un tercio del desempleo y la más lenta pero de todos modos apreciable disminución de su informalidad, junto con el regreso de la inflación como un dato insoslayable para el análisis político, social y económico, han devuelto al sindicalismo obrero una importancia que no tuvo durante el ciclo de la valorización financiera y la convertibilidad cambiaria. Eso explica que la segunda audiencia sectorial colectiva de la presidente CFK haya sido con la conducción de la CGT. La primera, con la cúpula del Episcopado católico, fue de pura formalidad protocolar sin proyección hacia el futuro.
Es cierto que había prevenciones sindicales respecto de la primera mujer electa a la presidencia, en parte por las imágenes de un pasado que hoy sólo existe como referencia afectiva que conforma la identidad de cada uno, pero también por razones de género. A medida que la presidente desarrolló su discurso, se hizo evidente que existían coincidencias más interesantes que el muchachismo futbolero que practicaban con Kirchner.
Los relatos de los participantes por la CGT y por el gobierno son tan coincidentes que, transcriptos sin especificar la fuente, no es fácil identificar a cada una. CFK habló de la racionalidad con que se condujo el movimiento obrero y dijo que hubo épocas “en que las empresas quebraban pero los empresarios eran ricos”. No fue ella sino el dirigente metalúrgico Antonio Caló quien hizo una mención a la prudencia que, según dijo Perón en su penúltimo discurso público, caracterizaba a los dirigentes sindicales.
Biografía e historia
La presidente no eludió los temas ríspidos del pasado pero los incluyó en una reflexión elaborada. Dijo que agradecía el apoyo al proyecto pero agregó que “los trabajadores son el proyecto, que hicimos entre todos y que tenemos que cuidarlo”. Evocó a su madre delegada gremial y a su padre colectivero y un dirigente dijo luego que ella sentía más lo social que Kirchner. Sorprendió con un manejo fluido de datos sobre la actividad, el empleo y el salario de distintos sectores, en especial los metalúrgicos y la construcción. Dijo que todos los presentes habían sido protagonistas de los hechos de la historia, de un lado y de otro, que tenían experiencia acerca de lo que ocurre cuando se rompen los equilibrios y que esto implicaba una responsabilidad.
Según el camionero Hugo Moyano las coincidencias con Cristina prolongan las que tuvieron en la lucha contra el modelo neoliberal. Recordó que cuando el ministro de Economía Erman González planteó rebajar las indemnizaciones por despidos, el MTA montó un palco frente al Congreso y lo mantuvo durante cuatro semanas para oponerse. CFK subió cuatro miércoles a ese palco, hasta que el diputado de la UIA Claudio Sebastiani dio el quórum para aprobarlo.
La actual presidente junto con Moyano presentaron el libro del actual diputado y abogado histórico de la CGT Héctor Recalde en el que denunciaba la ley Banelco de precarización laboral, derogada durante el gobierno de Kirchner. Estos son antecedentes necesarios para comprender qué significa el apoyo oficial como jefe de la CGT al único dirigente que por sí solo está en condiciones de paralizar el país y de quien la presidente habla con más afecto que Kirchner.
Nadie más que los camioneros han recuperado los niveles de ingreso de 1974, pero en condiciones muy distintas a las del último año de vida de Perón. Ellos transportan el ganado en pie hasta el matadero y las reses procesadas a las carnicerías. Distribuyen las verduras y el pan, el agua y la leche, los combustibles a los puntos de venta, los caudales a los bancos y cajeros automáticos y se llevan los residuos que toda esa actividad genera. Las crisis del ferrocarril y del transporte aéreo han potenciado esa situación.
Enemigos comunes
Además, ese dirigente que ha acumulado un poder superior al de cualquier eventual competidor comparte algunos enemigos con el gobierno. Es improbable que Cristina olvide que en 2003 fue insultada y le dispararon huevos en Catamarca cuando Luis Barrionuevo se vengó así por la expulsión del Senado que ella impulsó. También está fresco el abucheo que le dedicó al año siguiente en Parque Norte una claque que vivaba a José Ru-cci. En octubre de 2006 durante la parada en la CGT del cortejo que llevaba a San Vicente el féretro de Perón, se coreó con entusiasmo la consigna “ni yanquis ni marxistas”, en un intento de reeditar un mini 1º de mayo del ’74.
Y en enero de 2007, cuando la justicia se interesó por los crímenes de la Triple A carteles de origen sindical advirtieron “No jodan con Perón”. Hace menos de seis meses el ex gobernador bonaerense Eduardo Duhalde se reunió con dirigentes sindicales como el secretario general de las 62 Organizaciones, Gerónimo Venegas, a quienes invitó a prepararse para cubrir un futuro vacío de poder cuando gobernara Cristina. También hizo contactos similares con hombres de negocios cuyas mayores ganancias provinieron de la pesificación asimétrica inducida por el ex presidente de la UIA José Mendiguren.
Simetrías
Cuando el dirigente de los ceramistas Juan Moreira le entregó una historia del movimiento obrero dibujada, CFK observó impávida que la Juventud Sindical Peronista figuraba como sello editor. Recordar no significa temer: esos fantasmas hoy no asustan a nadie.
La presidente también explicó el carácter sectorial del diálogo que propone. Sin embargo, al gobierno no dejan de preocuparle algunos pasos que en esa dirección ya dio Moyano, quien analizó con la cámara patronal del transporte de cargas posibles metas a 2 o 3 años, que incluirían la sanción de un Estatuto que reglamente la actividad de los camioneros, con cláusulas de estabilidad en el empleo e indemnizaciones especiales por despido, como las que protegen el trabajo de los periodistas.
Los técnicos laborales oficiales creen que éste es tiempo para recuperar derechos perdidos y extender esos beneficios a un número creciente de trabajadores, pero no de legislar nuevos derechos que profundicen las diferencias entre distintos gremios y actividades. Una preocupación simétrica cunde por la pretensión del sindicato de los metalúrgicos de la industria automotriz (que con notable modestia se autodenominan mecánicos) de un incremento salarial del 34 por ciento.
El cuarto turno
Su dirigente vitalicio, José Rodríguez, sabe que las empresas tienen margen suficiente porque están produciendo y vendiendo más que nunca en su historia. Muchas plantas trabajan ya en tres turnos y hay previsiones para habilitar el cuarto, cosa que no ocurre en el país desde hace décadas, mientras sus costos laborales son bajos. La preocupación oficial es el efecto que un incremento semejante tendría sobre la interna de la CGT, donde Luis Barrionuevo sólo espera la oportunidad para ridiculizar a Moyano y forzar su desplazamiento de la Secretaría General. Del mismo modo, lo que se estipule en la mesa sectorial de los camioneros, podría extenderse luego a los demás gremios y cámaras patronales del transporte, incluyendo el de pasajeros.
José Rodríguez fue vicepresidente de la Federación Internacional de Trabajadores Metalúrgicos (FITIM) durante tres décadas. Pero debido a las investigaciones sobre su rol como entregador de trabajadores que fueron detenidos-desaparecidos durante la última dictadura, fue suspendido en el cargo. Como Rodríguez no se siente cómodo entre dirigentes socialdemócratas con preocupación por los derechos humanos no asistió a la reunión de CFK con la comisión interna internacional de los trabajadores de Volkswagen, durante la cual la presidente planteó el objetivo reindustrializador de que los autos ensamblados en la Argentina vuelvan a llevar motores producidos también aquí, como ocurría hace cuarenta años, antes de que el país progresara hacia la maquila.
Cuando le presentaron al secretario general del sindicato alemán, la IGB Metal, CFK lo recibió sonriente: “Ah, el Lorenzo Miguel alemán”. El sindicalista contó que también en Europa es enconado el debate entre las visiones neoliberal financiera y la productiva. Reveló que durante el colapso argentino de fin de siglo, VW contempló el levantamiento de su planta en la Argentina, opción que fue descartada luego de escuchar al presidente de la filial y ex primer ministro austríaco, Víctor Klima, uno de los organizadores del reciente viaje de Cristina a Alemania.
La CTA, afinidades e intereses
Dentro de diez días el despacho presidencial también abrirá sus puertas a la CTA, cuya personería gremial fue una promesa incumplida por el ex presidente Néstor Kirchner, quien no quiso poner en riesgo la relación privilegiada con la CGT y con su secretario general. Las recomendaciones de la OIT en favor de esa personería obran como un condicionante externo, que se actualizará en marzo cuando se reúna su Consejo de Administración. El secretario general de la CTA, Hugo Yasky fue recibido en Brasil por Lula, lo cual tornaría difícil de explicar que la presidente argentina no hiciera lo mismo. Esto no significa, por cierto, que Cristina se proponga cancelar la deuda de Néstor.
Es posible que ambos mandatarios tengan mayores afinidades ideológicas con la central alternativa, lejana heredera de la CGT de los Argentinos que Raimundo Ongaro y Agustín Tosco pusieron en pie de combate contra la dictadura de Onganía a fines de la década de 1960, y de lo que fue la tendencia revolucionaria del peronismo sintetizada en la JP. Incluso, antes de iniciar su carrera política en Santa Cruz, Kirchner fue abogado de ATE, el gremio en torno del cual se constituyó la CTA. Pero la sintonía oficial con la CGT muestra la primacía de historias e intereses más recientes. Fue ostensible durante el gobierno anterior y la reunión del martes hace pensar que no es fácil que cambie ahora.
Tampoco puede atribuirse al azar que al mismo tiempo avance la normalización del Partido Justicialista, como primera actividad del café literario del ex presidente, con oficinas muy bien conectadas con la Casa Rosada y el helipuerto presidencial, en el barrio paradigmático de la década maldita y sus negocios inmobiliarios, Puerto Madero. Cuando Momo Venegas le reclamó por la participación sindical en la conducción del justicialismo, CFK sonrió: “Le voy a transmitir a Kirchner ese reclamo pejotista”. Insinuó así que mientras el ex presidente se encargará de la reorganización del más antiguo partido político viviente en la Argentina (la UCR sigue idéntica a sí misma, como una pieza del museo de cera) ella elevará la vista por encima de esas estrechas y húmedas paredes.
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