Revista2016 dialogó con una de las figuras claves del periodismo argentino. El rol de la prensa y sus días como secretario general en la primera huelga de la historia de la redacción de Clarín. La amistad con Rodolfo Walsh, su encuentro con El Che en Cuba y la irrupción del kirchnerismo en la política nacional. “El intelectual tiene que salir a la calle junto al pueblo”, afirma.
Osvaldo Bayer es uno de los últimos exponentes de la antigua raza de periodistas y escritores que buscan la belleza de la palabra y la libertad de los oprimidos. En sus relatos se encuentran las historias de los olvidados y vilipendiados, como Severino Di Giovanni, los obreros patagónicos, el Che Guevara, Agustín Tosco, Roberto Santucho, los pueblos originarios, los 30.000 detenidos- desaparecidos y las Madres, entre otros “malditos”. Su pluma también desnuda a los enemigos del pueblo: los asesinos de botas, con sus uniformes manchados de sangre revolucionaria, sus colaboradores políticos y cómplices civiles, los falsos demócratas y financistas de la mediocridad y muerte, además de otros personajes nefastos.
Sus trabajos le han costado persecución y exilios, pero hoy la Historia lo ha situado como una figura imprescindible para distintas generaciones de luchadores.
Revista2016 estuvo en “El Tugurio”, su casa en Belgrano, para conversar con este socialista libertario.
-¿Para qué sirve el periodismo?
- El periodismo tiene que ser de derecho público y no exclusivo de las empresas. Esto es un principio esencial de la democracia. No puede ser que la opinión pública sea manejada por grandes empresas ligadas o no al poder de turno.
A veces parece imposible un verdadero periodismo, por los intereses económicos de los holdings periodísticos, en donde dos o tres diarios reciben publicidad de las grandes empresas, mientras se mantenga esa línea de desinformación.
Yo me considero un cronista con opinión. Y mi línea dictada por mis convicciones siempre fue escribir en defensa de los humillados, de los humildes, hechos históricos que no los recuerda la historia oficial. El intelectual tiene que salir a la calle junto al pueblo.
-Usted participó en diversos medios gráficos y en el que más estuvo fue en Clarín. ¿Cómo recuerda aquellos años de redacción?
- Ingresé al diario en enero de 1959, donde trabajé quince años y compartí redacción con los poetas Raúl González Tuñón, Francisco Paco Urondo y Hamlet Lima Quintana, entre otros.
Los periodistas en aquel tiempo eran todos seres salidos de ambientes literarios, escritores, poetas, hombres de la vida bohemia, y siempre unos cuantos exiliados españoles republicanos. No había periodistas recibidos en escuelas de periodismo pero sí de la escuela de la calle literaria. En los descansos de las tareas conversábamos con esos literatos, poetas, novelistas, cronistas viajeros, en gran parte hombres disidentes de partidos de izquierda.
Pude llegar a ser jefe de las secciones “Política y Fuerzas Armadas”, la sección principal del diario.
-Durante esa época, usted fue elegido secretario general del Sindicato de Prensa.
- Así es. Me metí a fondo en la cuestión. Con muchos problemas, muchos conflictos. Se quería eliminar el Estatuto del Periodista. No pudieron. Luchábamos mucho. A los dos años fui reelecto por dos años más. Me acuerdo de que en ese tiempo hice la primera huelga de la historia de la redacción de Clarín, porque habían dejado cesante a tres compañeros.
-¿Cómo se produce su expulsión del diario?
- Bueno, una tarde, cuando yo cerraba el suplemento en el taller y me despedía, personal recién entrado al diario bajo las órdenes de Octavio Frigerio levantó el plomo de algunas notas mías y las reemplazó por otras que sostenían lo contrario. No permití eso y denuncié el hecho, cosa que Frigerio tomó con sorna. Pedí que se me cambiara de sección y que se me nombrara corresponsal viajero. Quería recorrer el país haciendo notas de los pueblos más pequeños que pululan en nuestro territorio. Aceptaron. Viajé por todo el país, escribí 26 notas y no publicaron ninguna. Fui entonces a verlo a Octavio Frigerio. Le dije: “Aprendí la lección, me voy”. Él sonrió amablemente y respondió: “Es lo que estábamos esperando”. Fue el 15 de diciembre de 1973.
-¿Cómo recuerda su encuentro con el Che?
- En 1960, siendo secretario general del Sindicato de Prensa, con una delegación argentina, viajé a Cuba, invitado por el gobierno de la isla a participar del primer aniversario de la revolución. Además de poder compartir impresiones políticas y de vida con mi amigo Rodolfo Walsh, quien trabajaba en la agencia de noticias cubanas Prensa Latina junto a los colegas argentinos Jorge Ricardo Masetti y Rogelio García Lupo, realicé una entrevista al comandante Ernesto Che Guevara, que siempre recordaré con entusiasmo. En esa oportunidad, él expuso la epopeya de la gesta cubana contra la dictadura de Fulgencio Batista; y de alguna manera, quería transmitir que la revolución tenía que hacerse en toda América Latina, y por supuesto en Argentina.
-¿Cómo definiría a Rodolfo Walsh?
- Vos sabés que a Rodolfo Walsh lo habían definido como el Agustín Tosco de las redacciones. Para mí, Rodolfo era el “inalcanzable”, el hombre sin miedos. De un enorme talento. Con respecto a sus creaciones escritas, es el Borges de izquierda. Su carta a Vicky, su hija, caída en lucha, es de una ternura y una profundidad inigualables. La carta a la Junta Militar es el documento más brillante que se ha escrito sobre la dictadura. Ahí está todo su talento, profundidad, estilo, valentía, y coraje civil. Eso, los asesinos de uniforme no se lo iban a perdonar jamás. En esa carta está toda la verdad, el dolor, la indignación. La planificación del exterminio sistemático de personas, la política generadora de miseria y hambre más extremo. Desnudó la inmoralidad y la crueldad de la dictadura genocida. En ese documento, está todo dicho.
-¿Qué otros momentos recuerda junto a Walsh, aparte del que compartieron en la Cuba revolucionaria en 1960?
- Recuerdo uno tras otros mis encuentros con él. Pocos. Pero siempre eso: la coherencia, el hablar de la gente, no de sus libros o problemas. Hablar del mundo que lo rodeaba y una especie de misión, nada misionaria, pero como un movimiento, un caminar, la opción de vivir para lograr una sociedad sin Operación Masacre y sin matadores de Rosendo. Una Argentina sin mafias, ni cabecitas ni gorilas. Teníamos, además, una misma melancolía: las pampas con sus sonidos, sus verdes, sus ruidos escondidos, que nos habían dejado las páginas de ese Guillermo Hudson. Más de una vez fue el tema después de agotar el escenario político.
-¿Cuándo fue la última vez que se vieron?
- Recuerdo nuestra despedida, en mayo de 1976, plena dictadura militar. Nos encontramos nada menos que en Corrientes y la Avenida 9 de Julio, en la esquina donde antes estaba el Trust Joyero Relojero. Allí me aconsejó que saliera ya mismo del país porque había escrito La Patagonia Rebelde, entre otros escritos que los milicos no iban a perdonarme. Lo miré sorprendido y le contesté: “¿Y vos? Operación Masacre, y nada menos que ¿Quién mató a Rosendo?, donde te metiste con la burocracia sindical”. Me miró, me dio la mano y me volvió a decir que me vaya ya mismo. Así era el amigo Rodolfo, íntegro y brillante. El mejor de todos.
-¿Cómo ve la irrupción del kirchnerismo en la política argentina?
-Tanto el ex presidente Néstor Kirchner, como su mujer Cristina Fernández (actual mandataria), llevan una línea populista que ha permitido cierto bienestar al trabajador. Para mí, el mayor mérito de los dos son los juicios a los criminales de la desaparición de personas. Y repito una vez más, los dos fueron capaces de algo que jamás nadie intentó hacerlo: el juzgamiento de militares que establecieron dictaduras y cometieron crímenes feroces. Lo de Alfonsín fue sólo a los comandantes en jefe, pero luego con “punto final y obediencia debida” intentó hacer olvidar para siempre los crímenes cometidos por las fuerzas armadas, de seguridad y sus consortes civiles. Para mí, lo hecho por los Kirchner en ese sentido es un gran paso a la verdadera democracia. No es poco, aunque queda mucho por hacer: villas miseria, niños con hambre, gente sin trabajo y corrupción. Por eso hay que seguir luchando para lograr por lo menos este punto fundamental: que en nuestro país no haya más niños desnutridos.
Por Julio Ferrer
Sus trabajos le han costado persecución y exilios, pero hoy la Historia lo ha situado como una figura imprescindible para distintas generaciones de luchadores.
Revista2016 estuvo en “El Tugurio”, su casa en Belgrano, para conversar con este socialista libertario.
-¿Para qué sirve el periodismo?
- El periodismo tiene que ser de derecho público y no exclusivo de las empresas. Esto es un principio esencial de la democracia. No puede ser que la opinión pública sea manejada por grandes empresas ligadas o no al poder de turno.
A veces parece imposible un verdadero periodismo, por los intereses económicos de los holdings periodísticos, en donde dos o tres diarios reciben publicidad de las grandes empresas, mientras se mantenga esa línea de desinformación.
Yo me considero un cronista con opinión. Y mi línea dictada por mis convicciones siempre fue escribir en defensa de los humillados, de los humildes, hechos históricos que no los recuerda la historia oficial. El intelectual tiene que salir a la calle junto al pueblo.
-Usted participó en diversos medios gráficos y en el que más estuvo fue en Clarín. ¿Cómo recuerda aquellos años de redacción?
- Ingresé al diario en enero de 1959, donde trabajé quince años y compartí redacción con los poetas Raúl González Tuñón, Francisco Paco Urondo y Hamlet Lima Quintana, entre otros.
Los periodistas en aquel tiempo eran todos seres salidos de ambientes literarios, escritores, poetas, hombres de la vida bohemia, y siempre unos cuantos exiliados españoles republicanos. No había periodistas recibidos en escuelas de periodismo pero sí de la escuela de la calle literaria. En los descansos de las tareas conversábamos con esos literatos, poetas, novelistas, cronistas viajeros, en gran parte hombres disidentes de partidos de izquierda.
Pude llegar a ser jefe de las secciones “Política y Fuerzas Armadas”, la sección principal del diario.
-Durante esa época, usted fue elegido secretario general del Sindicato de Prensa.
- Así es. Me metí a fondo en la cuestión. Con muchos problemas, muchos conflictos. Se quería eliminar el Estatuto del Periodista. No pudieron. Luchábamos mucho. A los dos años fui reelecto por dos años más. Me acuerdo de que en ese tiempo hice la primera huelga de la historia de la redacción de Clarín, porque habían dejado cesante a tres compañeros.
-¿Cómo se produce su expulsión del diario?
- Bueno, una tarde, cuando yo cerraba el suplemento en el taller y me despedía, personal recién entrado al diario bajo las órdenes de Octavio Frigerio levantó el plomo de algunas notas mías y las reemplazó por otras que sostenían lo contrario. No permití eso y denuncié el hecho, cosa que Frigerio tomó con sorna. Pedí que se me cambiara de sección y que se me nombrara corresponsal viajero. Quería recorrer el país haciendo notas de los pueblos más pequeños que pululan en nuestro territorio. Aceptaron. Viajé por todo el país, escribí 26 notas y no publicaron ninguna. Fui entonces a verlo a Octavio Frigerio. Le dije: “Aprendí la lección, me voy”. Él sonrió amablemente y respondió: “Es lo que estábamos esperando”. Fue el 15 de diciembre de 1973.
-¿Cómo recuerda su encuentro con el Che?
- En 1960, siendo secretario general del Sindicato de Prensa, con una delegación argentina, viajé a Cuba, invitado por el gobierno de la isla a participar del primer aniversario de la revolución. Además de poder compartir impresiones políticas y de vida con mi amigo Rodolfo Walsh, quien trabajaba en la agencia de noticias cubanas Prensa Latina junto a los colegas argentinos Jorge Ricardo Masetti y Rogelio García Lupo, realicé una entrevista al comandante Ernesto Che Guevara, que siempre recordaré con entusiasmo. En esa oportunidad, él expuso la epopeya de la gesta cubana contra la dictadura de Fulgencio Batista; y de alguna manera, quería transmitir que la revolución tenía que hacerse en toda América Latina, y por supuesto en Argentina.
-¿Cómo definiría a Rodolfo Walsh?
- Vos sabés que a Rodolfo Walsh lo habían definido como el Agustín Tosco de las redacciones. Para mí, Rodolfo era el “inalcanzable”, el hombre sin miedos. De un enorme talento. Con respecto a sus creaciones escritas, es el Borges de izquierda. Su carta a Vicky, su hija, caída en lucha, es de una ternura y una profundidad inigualables. La carta a la Junta Militar es el documento más brillante que se ha escrito sobre la dictadura. Ahí está todo su talento, profundidad, estilo, valentía, y coraje civil. Eso, los asesinos de uniforme no se lo iban a perdonar jamás. En esa carta está toda la verdad, el dolor, la indignación. La planificación del exterminio sistemático de personas, la política generadora de miseria y hambre más extremo. Desnudó la inmoralidad y la crueldad de la dictadura genocida. En ese documento, está todo dicho.
-¿Qué otros momentos recuerda junto a Walsh, aparte del que compartieron en la Cuba revolucionaria en 1960?
- Recuerdo uno tras otros mis encuentros con él. Pocos. Pero siempre eso: la coherencia, el hablar de la gente, no de sus libros o problemas. Hablar del mundo que lo rodeaba y una especie de misión, nada misionaria, pero como un movimiento, un caminar, la opción de vivir para lograr una sociedad sin Operación Masacre y sin matadores de Rosendo. Una Argentina sin mafias, ni cabecitas ni gorilas. Teníamos, además, una misma melancolía: las pampas con sus sonidos, sus verdes, sus ruidos escondidos, que nos habían dejado las páginas de ese Guillermo Hudson. Más de una vez fue el tema después de agotar el escenario político.
-¿Cuándo fue la última vez que se vieron?
- Recuerdo nuestra despedida, en mayo de 1976, plena dictadura militar. Nos encontramos nada menos que en Corrientes y la Avenida 9 de Julio, en la esquina donde antes estaba el Trust Joyero Relojero. Allí me aconsejó que saliera ya mismo del país porque había escrito La Patagonia Rebelde, entre otros escritos que los milicos no iban a perdonarme. Lo miré sorprendido y le contesté: “¿Y vos? Operación Masacre, y nada menos que ¿Quién mató a Rosendo?, donde te metiste con la burocracia sindical”. Me miró, me dio la mano y me volvió a decir que me vaya ya mismo. Así era el amigo Rodolfo, íntegro y brillante. El mejor de todos.
-¿Cómo ve la irrupción del kirchnerismo en la política argentina?
-Tanto el ex presidente Néstor Kirchner, como su mujer Cristina Fernández (actual mandataria), llevan una línea populista que ha permitido cierto bienestar al trabajador. Para mí, el mayor mérito de los dos son los juicios a los criminales de la desaparición de personas. Y repito una vez más, los dos fueron capaces de algo que jamás nadie intentó hacerlo: el juzgamiento de militares que establecieron dictaduras y cometieron crímenes feroces. Lo de Alfonsín fue sólo a los comandantes en jefe, pero luego con “punto final y obediencia debida” intentó hacer olvidar para siempre los crímenes cometidos por las fuerzas armadas, de seguridad y sus consortes civiles. Para mí, lo hecho por los Kirchner en ese sentido es un gran paso a la verdadera democracia. No es poco, aunque queda mucho por hacer: villas miseria, niños con hambre, gente sin trabajo y corrupción. Por eso hay que seguir luchando para lograr por lo menos este punto fundamental: que en nuestro país no haya más niños desnutridos.
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