Derivaciones de todo tipo tuvo la crisis de energía de finales del 88. Asuetos administrativos, canales de TV operando sólo 4 horas diarias, bancos trabajando de 8 a 12 , cena de ministros en Olivos alumbrada por sol de noche y misiones de emergencia a Estados Unidos fueron algunas características. El BANADE, en teoría creado para impulsar el desarrollo, financiaba la compra de grupos electrógenos. La disparada del dólar, el fin del verano y luego la híper hicieron pasar la crisis a segundo plano.
Responsabilidad
Poca fue la suerte que entonces debieron enfrentar los ministros de Obras Públicas,Rodolfo Terragno; de Economía, Juan Sourrouille, y el secretario de Energía,Roberto Echarte, miembros del equipo del presidente Raúl Alfonsín.
Alfonsín declaró «sentirse responsable» de lo que pasaba. En una visita a mediados de enero de 1989 a la Central Nuclear Atucha I dijo: «Hace un tiempo tuvimos que tomar una decisión política, fue cuando llegamos al gobierno. Y somos y nos sentimos responsables de lo que pasa».
Por su parte, el subsecretario de Energía, Osvaldo Porteiro, señalaba a fines de diciembre de 1988 que una de las soluciones sería importar energía pero «no nos vende nadie porque están todos con el mismo problema». El clásico «mal de muchos consuelo de tontos».
Para coordinar las medidas a implementar se conformó un Comité de Emergencia integrado por representantes de la Secretaría de Energía, del Ministerio del Interior, de la Secretaría de Cultura y de la Policía Federal.
En diciembre de 1988 se anunció un incremento de los precios de 5,7% durante noviembre vaticinando la hiperinflación que vendría después; el Banco Central sacaba al mercado un nuevo bono (una Letra dolarizada que ajustaba por el cambio financiero) y, por el fuerte aumento de precios, las discusiones salariales formaban parte de la agenda, trimestral en aquel momento, de empresarios y sindicalistas.
Los cortes no fueron únicamente direccionados al sector industrial sino que afectaron a familias, comercios y empresas por igual.
Todo empezó con la medida de adelantar la hora oficial para ahorrar energía el 1 de diciembre de 1988. Unos días más tarde, según el Decreto 1.756 del 6 de diciembre, se restringió a los espectáculos deportivos a «ajustar su desarrollo a los períodos de luz solar». La misma decisión bajo la firma del Poder Ejecutivo señalaba «la reducción de 20% en el consumo de energía por todos los organismos de la Administración Pública, la prohibición de la iluminación con fines ornamentales y la supresión de los trabajos nocturnos».
Cortes programados
Sólo seis días después, el lunes 12, comenzaron los cortes programados rotativos en algunas zonas de Capital Federal y Gran Buenos Aires. En principio serían sólo por 15 días, de lunes a viernes, distribuidos en tres turnos de 5 horas de duración cada uno, empezando a las 7 de la mañana. Así, Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires (SEGBA) publicaba la planificación diaria de cómo afectarían los cortes a cada barrio.
Ni un mes pasó para que se agregaran los sábados a la programación de los días hábiles, según anunció el 2 de enero en la Casa de Gobierno el secretario de Energía. Tampoco eso alcanzó: una semana después se sumó una hora más y llegaron, de esta manera, a ser 6 horas diarias.
A tan sólo 5 días del inicio del año, se decretó el estado de emergencia por el que se otorgó a la Secretaría de Energía la posibilidad de obligar a todos los entes provinciales a cortar el suministro.
La falta de energía eléctrica afectó también el abastecimiento del agua. Fue así como Obras Sanitarias de la Nación tuvo que distribuirla en tanques a las zonas del Gran Buenos Aires.
Otras medidas fueron «la prohibición del uso de electricidad para la alimentación de farolas ubicadas en la vía pública». Con un nuevo decreto del 4 de enero de 1989 se exceptuó a Agua y Energía Eléctrica, a Hidronor y a SEGBA el cumplimiento de las disposiciones referidas a la restricción del gasto público de ese momento, se las autorizó a tomar financiamiento en el mercado interno y se les dio un rápido tratamiento para las solicitudes de importación.
Ese mismo día se conoció, luego de una reunión de Echarte con el secretario de la Unión Industrial Argentina, Murat Eurnekian, de la intención de reducir los aranceles al mínimo (en 5%) para casos de compras de grupos electrógenos, decisión que se firmó una semana después, con arancel cero.
Sanciones
Los inspectores de la Secretaría de Comercio Interior ya tuvieron su momento de popularidad: desde el 20 de diciembre de 1988 verificaron el cumplimiento de las resoluciones que obligaban a los comercios a mantener las vidrieras y carteles apagados cuando se estuvieran cerrados. En sólo 10 días labraron 507 actas de infracción en Capital Federal por violaciones a la disposición.
Con el decreto del 6 de diciembre de 1988 se alertaba de posibles sanciones en el caso del incumplimiento de las medidas establecidas. Así, la norma rezaba que sería«considerada falta grave administrativa» la violación de lo dispuesto.
Pocas inversiones
El último día hábil de diciembre, la Asociación del Personal Superior de SEGBA atribuyó la crisis a la «falta de inversiones en materia de generación en los últimos cinco años», expresando que en el período 1984-87 las inversiones en generación alcanzaron a u$s 28 millones cuando en realidad deberían haber sido alrededor de u$s 250 millones.
Es así que al comparar la foto de ese momento con lo actual, la falta de inversiones tampoco representa una novedad. De esa manera, la Secretaría de Energía evaluaba un plan de «nuevas centrales térmicas» en Comahue y en Güemes, Salta, (en funcionamiento actualmente).
También el gobernador de Buenos Aires, Antonio Cafiero, afirmó a principios de 1989, en una solicitada titulada «Antes del apagón total», que la emergencia no se debía a un «desajuste temporario» sino a una «crisis estructural».
Las noticias desde el gobierno de la compra de cuatro equipos generadores de Alemania y el anuncio de la incorporación de seis usinas francesas y dos paraguayas intentaron traer alivio a la población a mediados de enero.
Ayuda externa
En búsqueda de instruirse sobre posibles soluciones para la crisis, el ministro de Obras y Servicios Públicos, Rodolfo Terragno, viajó a Estados Unidos a principios de enero y se entrevistó con el subsecretario de Asuntos Energéticos Internacionales y Emergencias Energéticas de ese país, David Waller.
En ese viaje también se entrevistó con el director del Banco Mundial a cargo de las relaciones con la Argentina, Peter Bottellier, para hacer un pedido de fondos destinados a la culminación de las obras de la central termoeléctrica de Piedra Buena en Bahía Blanca.
Además, una misión de técnicos estadounidense especializados en energía visitó el país a fines de enero para aconsejar al gobierno posibles medidas a tomar.
Vacaciones
A pesar de la gravedad de la crisis (y quizás ante la imposibilidad de encontrar alguna solución), funcionarios del gobiernode Raúl Alfonsín se dirigieron a sus lugares habituales de vacaciones.
Por la falta de agua y luz en Pinamar, el ministro Sourrouille explicó, con ropa deportiva y manguera en mano, que debió depositar agua en los tanques vacíos de su residencia. El primer fin de semana de enero, Sourrouille recibió al presidente Raúl Alfonsín en su casa de la costa.
La quinta presidencial de Olivos no quedó fuera de la planificación de los cortes. Fue así que a mediados de enero, en una cena que reunió a los principales funcionarios nacionales, se desarrolló bajo la luz que alumbraba un tenue «sol de noche».
Vecinos
Los desperfectos eléctricos no implicaron sólo cortes de luz. Una sobrecarga de tensión afectó a vecinos de San Telmo a mediados de diciembre que quemó innumerables artefactos. «Eran como las 5 de la tarde, no habíamos tenido corte de luz y de pronto sentí un ruido raro en la heladera. Al rato empezó a salir humo. Desconecté todo pero ya era tarde», era el relato de una mujer que vivía en la calle Brasil 523.
A principios de año la furia explotó en algunos puntos de la Ciudad. Una mujer rompió a golpe de martillo cuatro vidrieras y una puerta de la casa central del supermercado «El Hogar Obrero». «Aquí derrochan luz y yo ni siquiera puedo descansar por el calor y la falta de luz», se excusaba. Datos para tener en cuenta hoy.
A fines de 1988 la Argentina experimentó una de las peores crisis energéticas de su historia. Conviene repasar a la luz de lo que hoy sucede. Los cortes, que se extendieron por más de cuatro meses, quedaron marcados en la memoria colectiva.
La escasez de electricidad ya había comenzado en abril de 1988 por lo que se realizaron cortes de luz rotativos de 5 horas por turno en ese mes. Sin embargo, con esas interrupciones no se logró solucionar el faltante energético. El inicio del verano con sus respectivos aumentos de temperatura y la baja potencia de las usinas hidroeléctricas --fundamentada desde el Poder Ejecutivo al «excepcionalmente bajo nivel de embalses y ríos»- agudizó la situación que colapsó cuando quedaron fuera de servicio dos bombas de la central hidroeléctrica de Embalse Río III (a fines de diciembre), también por la salida de servicio de la central nuclear de Atucha y además por un incendio ocurrido en La Pampa que afectó una línea que transportaba energía desde El Chocón.
La escasez de electricidad ya había comenzado en abril de 1988 por lo que se realizaron cortes de luz rotativos de 5 horas por turno en ese mes. Sin embargo, con esas interrupciones no se logró solucionar el faltante energético. El inicio del verano con sus respectivos aumentos de temperatura y la baja potencia de las usinas hidroeléctricas --fundamentada desde el Poder Ejecutivo al «excepcionalmente bajo nivel de embalses y ríos»- agudizó la situación que colapsó cuando quedaron fuera de servicio dos bombas de la central hidroeléctrica de Embalse Río III (a fines de diciembre), también por la salida de servicio de la central nuclear de Atucha y además por un incendio ocurrido en La Pampa que afectó una línea que transportaba energía desde El Chocón.
Poca fue la suerte que entonces debieron enfrentar los ministros de Obras Públicas,Rodolfo Terragno; de Economía, Juan Sourrouille, y el secretario de Energía,Roberto Echarte, miembros del equipo del presidente Raúl Alfonsín.
Alfonsín declaró «sentirse responsable» de lo que pasaba. En una visita a mediados de enero de 1989 a la Central Nuclear Atucha I dijo: «Hace un tiempo tuvimos que tomar una decisión política, fue cuando llegamos al gobierno. Y somos y nos sentimos responsables de lo que pasa».
Por su parte, el subsecretario de Energía, Osvaldo Porteiro, señalaba a fines de diciembre de 1988 que una de las soluciones sería importar energía pero «no nos vende nadie porque están todos con el mismo problema». El clásico «mal de muchos consuelo de tontos».
Para coordinar las medidas a implementar se conformó un Comité de Emergencia integrado por representantes de la Secretaría de Energía, del Ministerio del Interior, de la Secretaría de Cultura y de la Policía Federal.
En diciembre de 1988 se anunció un incremento de los precios de 5,7% durante noviembre vaticinando la hiperinflación que vendría después; el Banco Central sacaba al mercado un nuevo bono (una Letra dolarizada que ajustaba por el cambio financiero) y, por el fuerte aumento de precios, las discusiones salariales formaban parte de la agenda, trimestral en aquel momento, de empresarios y sindicalistas.
Los cortes no fueron únicamente direccionados al sector industrial sino que afectaron a familias, comercios y empresas por igual.
Todo empezó con la medida de adelantar la hora oficial para ahorrar energía el 1 de diciembre de 1988. Unos días más tarde, según el Decreto 1.756 del 6 de diciembre, se restringió a los espectáculos deportivos a «ajustar su desarrollo a los períodos de luz solar». La misma decisión bajo la firma del Poder Ejecutivo señalaba «la reducción de 20% en el consumo de energía por todos los organismos de la Administración Pública, la prohibición de la iluminación con fines ornamentales y la supresión de los trabajos nocturnos».
Sólo seis días después, el lunes 12, comenzaron los cortes programados rotativos en algunas zonas de Capital Federal y Gran Buenos Aires. En principio serían sólo por 15 días, de lunes a viernes, distribuidos en tres turnos de 5 horas de duración cada uno, empezando a las 7 de la mañana. Así, Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires (SEGBA) publicaba la planificación diaria de cómo afectarían los cortes a cada barrio.
Ni un mes pasó para que se agregaran los sábados a la programación de los días hábiles, según anunció el 2 de enero en la Casa de Gobierno el secretario de Energía. Tampoco eso alcanzó: una semana después se sumó una hora más y llegaron, de esta manera, a ser 6 horas diarias.
A tan sólo 5 días del inicio del año, se decretó el estado de emergencia por el que se otorgó a la Secretaría de Energía la posibilidad de obligar a todos los entes provinciales a cortar el suministro.
La falta de energía eléctrica afectó también el abastecimiento del agua. Fue así como Obras Sanitarias de la Nación tuvo que distribuirla en tanques a las zonas del Gran Buenos Aires.
Otras medidas fueron «la prohibición del uso de electricidad para la alimentación de farolas ubicadas en la vía pública». Con un nuevo decreto del 4 de enero de 1989 se exceptuó a Agua y Energía Eléctrica, a Hidronor y a SEGBA el cumplimiento de las disposiciones referidas a la restricción del gasto público de ese momento, se las autorizó a tomar financiamiento en el mercado interno y se les dio un rápido tratamiento para las solicitudes de importación.
Ese mismo día se conoció, luego de una reunión de Echarte con el secretario de la Unión Industrial Argentina, Murat Eurnekian, de la intención de reducir los aranceles al mínimo (en 5%) para casos de compras de grupos electrógenos, decisión que se firmó una semana después, con arancel cero.
Los inspectores de la Secretaría de Comercio Interior ya tuvieron su momento de popularidad: desde el 20 de diciembre de 1988 verificaron el cumplimiento de las resoluciones que obligaban a los comercios a mantener las vidrieras y carteles apagados cuando se estuvieran cerrados. En sólo 10 días labraron 507 actas de infracción en Capital Federal por violaciones a la disposición.
Con el decreto del 6 de diciembre de 1988 se alertaba de posibles sanciones en el caso del incumplimiento de las medidas establecidas. Así, la norma rezaba que sería«considerada falta grave administrativa» la violación de lo dispuesto.
El último día hábil de diciembre, la Asociación del Personal Superior de SEGBA atribuyó la crisis a la «falta de inversiones en materia de generación en los últimos cinco años», expresando que en el período 1984-87 las inversiones en generación alcanzaron a u$s 28 millones cuando en realidad deberían haber sido alrededor de u$s 250 millones.
Es así que al comparar la foto de ese momento con lo actual, la falta de inversiones tampoco representa una novedad. De esa manera, la Secretaría de Energía evaluaba un plan de «nuevas centrales térmicas» en Comahue y en Güemes, Salta, (en funcionamiento actualmente).
También el gobernador de Buenos Aires, Antonio Cafiero, afirmó a principios de 1989, en una solicitada titulada «Antes del apagón total», que la emergencia no se debía a un «desajuste temporario» sino a una «crisis estructural».
Las noticias desde el gobierno de la compra de cuatro equipos generadores de Alemania y el anuncio de la incorporación de seis usinas francesas y dos paraguayas intentaron traer alivio a la población a mediados de enero.
En búsqueda de instruirse sobre posibles soluciones para la crisis, el ministro de Obras y Servicios Públicos, Rodolfo Terragno, viajó a Estados Unidos a principios de enero y se entrevistó con el subsecretario de Asuntos Energéticos Internacionales y Emergencias Energéticas de ese país, David Waller.
En ese viaje también se entrevistó con el director del Banco Mundial a cargo de las relaciones con la Argentina, Peter Bottellier, para hacer un pedido de fondos destinados a la culminación de las obras de la central termoeléctrica de Piedra Buena en Bahía Blanca.
Además, una misión de técnicos estadounidense especializados en energía visitó el país a fines de enero para aconsejar al gobierno posibles medidas a tomar.
A pesar de la gravedad de la crisis (y quizás ante la imposibilidad de encontrar alguna solución), funcionarios del gobiernode Raúl Alfonsín se dirigieron a sus lugares habituales de vacaciones.
Por la falta de agua y luz en Pinamar, el ministro Sourrouille explicó, con ropa deportiva y manguera en mano, que debió depositar agua en los tanques vacíos de su residencia. El primer fin de semana de enero, Sourrouille recibió al presidente Raúl Alfonsín en su casa de la costa.
La quinta presidencial de Olivos no quedó fuera de la planificación de los cortes. Fue así que a mediados de enero, en una cena que reunió a los principales funcionarios nacionales, se desarrolló bajo la luz que alumbraba un tenue «sol de noche».
Los desperfectos eléctricos no implicaron sólo cortes de luz. Una sobrecarga de tensión afectó a vecinos de San Telmo a mediados de diciembre que quemó innumerables artefactos. «Eran como las 5 de la tarde, no habíamos tenido corte de luz y de pronto sentí un ruido raro en la heladera. Al rato empezó a salir humo. Desconecté todo pero ya era tarde», era el relato de una mujer que vivía en la calle Brasil 523.
A principios de año la furia explotó en algunos puntos de la Ciudad. Una mujer rompió a golpe de martillo cuatro vidrieras y una puerta de la casa central del supermercado «El Hogar Obrero». «Aquí derrochan luz y yo ni siquiera puedo descansar por el calor y la falta de luz», se excusaba. Datos para tener en cuenta hoy.
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