La idea original sería algo así: "Para tener la posibilidad de ganar una elección, no se debe decir nunca lo que en realidad se va a hacer en caso de triunfo."
Por Jorge Cicuttin
Corresponde a la primera M (Menem, Carlos Saúl) el anuncio de la conclusión con total crudeza, después de la victoria en las elecciones de 1989 y tras comenzar con su brutal política de ajustes, privatizaciones y pérdida de derechos. Dijo en una declaración pública: "Si decía en campaña lo que iba a hacer, no me votaba nadie."
Una muestra acabada de cinismo político.
En campaña hablaba de la hermandad latinoamericana, prometía salariazo y revolución productiva.
Ya en el poder juró sumisión y relaciones carnales a Washington, miles de trabajadores perdieron sus puestos y la industria argentina se sumó a las especies en extinción.
Este cinismo extremo no radica en hacer promesas electorales de difícil cumplimiento o en buenas intenciones que no llegan a concretarse por impericia propia o poderosos factores externos. No, en casos como el de "las tres M" se sabe de antemano que se desarrollarán políticas contrarias a las prometidas. Pero deben engañar a la sociedad si espera que los voten. La segunda M (Macri, Mauricio) manifiesta su apuesta y apoyo a la educación pública, pero la fue deteriorando constantemente mientras aumentaba los recursos destinados a la educación privada; nunca anunció que iba a retirar fondos a programas de ayuda social para trasladarlos a proyectos que benefician a unos pocos; tampoco explicó que el "va a estar linda Buenos Aires" implicaba enviar a patovicas de la UCEP a "limpiar" las calles de indigentes (motivo por el cual el jefe de gobierno porteño es investigado por la justicia).
Esta segunda M se une con la tercera (Massa, Sergio), en un acuerdo político para las internas abiertas de agosto último que se convirtió en una suerte de novela de enredos, algo patética por cierto. En una muestra más de este cinismo que pretende ocultar lo indeseable hasta que la gente deposite su voto, el intendente de Tigre ninguneó permanentemente un acuerdo con su par porteño. Dejó que sus segundas líneas lo negaran, mientras desde el PRO se mencionaban fechas, protagonistas y lugares de encuentros. Se ingresó en una disputa en la que se intentaba, por una parte, ocultarles a sus seguidores un acuerdo con la derecha, mientras que por la otra se lo utilizaba para tapar el "bache" bonaerense de un autoproclamado candidato presidencial para el 2015.
Cuando después del triunfo en las PASO a Massa (la tercera M, recuerden) ya no le importó aparecer liderando un rejunte político que también incluía al PRO, a Macri (la segunda), le pareció oportuno y favorable a sus aspiraciones para 2015 reconocer el acercamiento, pero criticar al intendente de Tigre apostando a boicotear un crecimiento electoral en las legislativas del 27 de octubre próximo.
Pero el acuerdo con Macri no es lo que Massa más intenta ocultar al electorado. En una estrategia que lo acerca peligrosamente a Carlos Menem (la primera M), cuando reconoció que no podía haber anunciado en campaña el rumbo que le iba a dar a la economía argentina en los '90.
Cuando Massa y sus economistas hablan de una "economía previsible", de "enviarles señales a los empresarios", de "un endeudamiento responsable" o de "favorecer la competitividad empresarial", dicen mucho más. Algunos de sus economistas, como Martín Redrado y los Lavagna (Roberto y su hijo Marcos), y empresarios-candidatos como José Ignacio de Mendiguren, muestran con sus declaraciones algunas señales sobre los cambios económicos que acercarán a la Argentina post 2015 a la de los '90. Una apuesta al endeudamiento externo que significará volver a las recetas del Fondo Monetario Internacional; un ajuste clásico –o sea quitarle la plata de los bolsillos al trabajador– para frenar los aumentos de precios; dejar que la banca privada haga otra vez grandes negocios a costa de los jubilados; generar "competitividad empresaria" reduciendo los costos laborales y bajando las contribuciones patronales. Varios de los economistas que hoy acompañan a Massa llegan de lo que queda del duhaldismo, cuando se realizó la pesificación asimétrica favoreciendo a las grandes empresas al licuar sus deudas. Recetas que ya vimos y sufrimos, y que por eso se ocultan detrás de generalidades que no resisten preguntas concretas.
"Si decía en campaña lo que iba a hacer, no me votaba nadie", proclamó Carlos Menem. Massa y Macri son continuadores de esa idea. La de tapar acuerdos cuando parece convenirles, la de presentar un presupuesto para programas sociales que luego silenciosamente se va distribuyendo en otros rubros y la de ocultar viejas recetas liberales que llevan a poner a las decisiones políticas de rodillas ante los programas de los súperministros de Economía. Cinismo político del mejor.
Por Jorge Cicuttin
Corresponde a la primera M (Menem, Carlos Saúl) el anuncio de la conclusión con total crudeza, después de la victoria en las elecciones de 1989 y tras comenzar con su brutal política de ajustes, privatizaciones y pérdida de derechos. Dijo en una declaración pública: "Si decía en campaña lo que iba a hacer, no me votaba nadie."
Una muestra acabada de cinismo político.
En campaña hablaba de la hermandad latinoamericana, prometía salariazo y revolución productiva.
Ya en el poder juró sumisión y relaciones carnales a Washington, miles de trabajadores perdieron sus puestos y la industria argentina se sumó a las especies en extinción.
Este cinismo extremo no radica en hacer promesas electorales de difícil cumplimiento o en buenas intenciones que no llegan a concretarse por impericia propia o poderosos factores externos. No, en casos como el de "las tres M" se sabe de antemano que se desarrollarán políticas contrarias a las prometidas. Pero deben engañar a la sociedad si espera que los voten. La segunda M (Macri, Mauricio) manifiesta su apuesta y apoyo a la educación pública, pero la fue deteriorando constantemente mientras aumentaba los recursos destinados a la educación privada; nunca anunció que iba a retirar fondos a programas de ayuda social para trasladarlos a proyectos que benefician a unos pocos; tampoco explicó que el "va a estar linda Buenos Aires" implicaba enviar a patovicas de la UCEP a "limpiar" las calles de indigentes (motivo por el cual el jefe de gobierno porteño es investigado por la justicia).
Esta segunda M se une con la tercera (Massa, Sergio), en un acuerdo político para las internas abiertas de agosto último que se convirtió en una suerte de novela de enredos, algo patética por cierto. En una muestra más de este cinismo que pretende ocultar lo indeseable hasta que la gente deposite su voto, el intendente de Tigre ninguneó permanentemente un acuerdo con su par porteño. Dejó que sus segundas líneas lo negaran, mientras desde el PRO se mencionaban fechas, protagonistas y lugares de encuentros. Se ingresó en una disputa en la que se intentaba, por una parte, ocultarles a sus seguidores un acuerdo con la derecha, mientras que por la otra se lo utilizaba para tapar el "bache" bonaerense de un autoproclamado candidato presidencial para el 2015.
Cuando después del triunfo en las PASO a Massa (la tercera M, recuerden) ya no le importó aparecer liderando un rejunte político que también incluía al PRO, a Macri (la segunda), le pareció oportuno y favorable a sus aspiraciones para 2015 reconocer el acercamiento, pero criticar al intendente de Tigre apostando a boicotear un crecimiento electoral en las legislativas del 27 de octubre próximo.
Pero el acuerdo con Macri no es lo que Massa más intenta ocultar al electorado. En una estrategia que lo acerca peligrosamente a Carlos Menem (la primera M), cuando reconoció que no podía haber anunciado en campaña el rumbo que le iba a dar a la economía argentina en los '90.
Cuando Massa y sus economistas hablan de una "economía previsible", de "enviarles señales a los empresarios", de "un endeudamiento responsable" o de "favorecer la competitividad empresarial", dicen mucho más. Algunos de sus economistas, como Martín Redrado y los Lavagna (Roberto y su hijo Marcos), y empresarios-candidatos como José Ignacio de Mendiguren, muestran con sus declaraciones algunas señales sobre los cambios económicos que acercarán a la Argentina post 2015 a la de los '90. Una apuesta al endeudamiento externo que significará volver a las recetas del Fondo Monetario Internacional; un ajuste clásico –o sea quitarle la plata de los bolsillos al trabajador– para frenar los aumentos de precios; dejar que la banca privada haga otra vez grandes negocios a costa de los jubilados; generar "competitividad empresaria" reduciendo los costos laborales y bajando las contribuciones patronales. Varios de los economistas que hoy acompañan a Massa llegan de lo que queda del duhaldismo, cuando se realizó la pesificación asimétrica favoreciendo a las grandes empresas al licuar sus deudas. Recetas que ya vimos y sufrimos, y que por eso se ocultan detrás de generalidades que no resisten preguntas concretas.
"Si decía en campaña lo que iba a hacer, no me votaba nadie", proclamó Carlos Menem. Massa y Macri son continuadores de esa idea. La de tapar acuerdos cuando parece convenirles, la de presentar un presupuesto para programas sociales que luego silenciosamente se va distribuyendo en otros rubros y la de ocultar viejas recetas liberales que llevan a poner a las decisiones políticas de rodillas ante los programas de los súperministros de Economía. Cinismo político del mejor.
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