Junto a Néstor y Cristina, la CTA y los Movimientos Sociales
El desafío de la etapa es construir unidad popular para profundizar los cambios
Para poder realizar un análisis sobre la coyuntura política que estamos viviendo, sin olvidar toda la pasión y el corazón que se han puesto estos últimos meses de parte de un sector de la militancia, debemos encuadrar este hecho en la etapa histórica y el momento político que transcurre en América Latina y en nuestro país en particular. Y sobre todo, debemos mirar más allá de la coyuntura como un largo proceso donde tendremos aciertos y errores, triunfos y derrotas. El de hoy es un momento difícil y complejo, siendo múltiples sus causas.
Necesitamos abordar el análisis político, no desde un lugar electoral, sino con la profundidad que se merece y revisarlo, alejado del día a día, desde un punto de vista estratégico. Ya pasó el tiempo en que se discutía el rumbo del gobierno de Néstor Kirchner, pues los hechos han demostrado los cambios profundos que se han realizado. La tarea de hoy, en el gobierno de Cristina, es sostener estos cambios y profundizarlos aún más. Cuando planteamos estos temas, lo hacemos con el objetivo de mostrar la voluntad política, como sectores del campo popular, que tenemos para aportar desde nuestro lugar a esta inmensa tarea de transformación y con la convicción de sumar a la unidad del campo popular como único camino para lograrlo.
La construcción de la unidad popular no se hace por decreto, por el contrario, es un proceso que debe combinar análisis de la coyuntura, pero también debe asumir definiciones más estratégicas, que tienen que ver con el país y la sociedad que queremos. Análisis y práctica de una forma de hacer política, integral, cotidiana, para ser capaces de que la sociedad debata y nosotros también.
Convencer y convencernos de que es posible cambiar la vida de las personas, para mejorarlas, día a día, pero entendiendo que ese objetivo no lo logra algún dirigente por más lúcido que sea, o el poder que tenga en una coyuntura dada; la transformación de la sociedad solo será posible con protagonismo y decisión popular, y para eso necesitamos unificar las distintas vertientes del campo popular.
No se hace delegando en una persona, en esa idea de que “alguien me resolverá”. La clave es encontrar la forma de construir una organización democrática y horizontal, abierta y diversa, solidaria, pero también práctica y eficiente.
No es la estructura de una organización, sino la suma de organizaciones populares que, con el tiempo, pueden ir madurando en una sola organización que se va construyendo con ideas y una práctica en común. Debemos definir una estructura en la cual todos se sientan parte, por eso debe ser asamblearia, participativa y movilizada. Creo que la información y la formación sobre el debate ideológico de nuestro rol, como hombres y mujeres en esta sociedad, deben aportar a posturas ideológicas populares con visión latinoamericanista. Ese debiera ser el camino para el cuestionamiento al orden global impuesto por la dictadura y el neoliberalismo y avanzar hacia un nuevo tipo de Estado y de sociedad.
Han naturalizado que las clases populares debemos aceptar el orden impuesto por las clases dominantes, que definieron un funcionamiento económico, político, social y cultural de exclusión de las mayorías y de beneficios para las minorías.
No hay ninguna duda que esa es la disputa que tenemos hoy, esa fue la caracterización de la etapa que hicimos cuando decidimos fundar el Frente Transversal y asumimos involucrarnos en la presidencia de Néstor y Cristina Kirchner. El triunfo más importante de las políticas del gobierno nacional, las nuestras y las del campo del pueblo, es haber potenciado el debate, la conciencia y la movilización popular, e instalar que la Argentina no debe ni puede ser el negocio exitoso de algunos grupos económicos para el enriquecimiento de unos pocos. Que la pobreza, la desocupación, y la miseria nos fue impuesta, no fue mágica ni divina, y que, con voluntad y poder se la puede transformar.
Toda crisis es una oportunidad
La actual situación política del país, principalmente la de nuestro gobierno, de nuestra Central de los Trabajadores Argentinos y del campo popular, como un todo, es una oportunidad que tenemos para evaluar el estado de nuestras fuerzas, y qué rol podemos y debemos asumir.
Este análisis se da en el contexto de una fuerte confrontación con los grupos económicos, como se demostró en el paro patronal agrario, y una dinámica de movilización popular en esa disputa, que nos tuvo como importantes protagonistas. Demostró, también a mi juicio, que somos parte de un proyecto que en la primera confrontación seria con los sectores del poder y del privilegio, como fueron los 125 días de lockout patronal agrario, mostró sus limitaciones. Sin dudas que esa decisión del gobierno era una clara iniciativa de política distributiva, gravar renta a los sectores más concentrados para distribuirlos al conjunto de la sociedad.
Ubicaba una de las claves de la etapa actual y por venir, al Estado como representante del interés colectivo y no portador de intereses de las corporaciones económicas, tan propio de la dictadura de la década de los 90 o el gobierno de la Alianza y el duhaldismo. La voluntad de transformación naufragó por la crisis de representación que heredamos y no transformamos. Más que señalar sus limites y denunciar las viejas estructuras partidocráticas, que sobrevivieron al derrumbe del 2001, debemos definir una estrategia de poder que haga avanzar al campo popular y evitar el avance de la derecha, que era una de las hipótesis que definimos en nuestra congreso constituyente.
No hay dudas que el Frente Transversal lleva años de crecimiento y se ha consolidado en numerosos distritos y ciudades del país. Alcanzó un importante nivel de cuadros, presencia nacional e internacional, de movilización y reconocimiento entre los compañeros de la CTA, los movimientos sociales, sectores del gobierno, en la izquierda y centroizquierda y, en general, en todo el campo popular.
La política desarrollada por el gobierno nos hizo crecer, pero también nuestra mirada de una construcción política integral que no sólo acompañe las medidas de nuestro gobierno sino también que aporte a la formación de una fuerza popular que continúe y profundice, en el tiempo, los cambios iniciados
Haber ratificado nuestra pertenencia a la Central de Trabajadores de la Argentina, porque creemos en la unidad de la clase trabajadora y nos da identidad de lo que queremos ser, es y será uno de los ejes de acumulación más importante para nosotros y debería ser para cualquier fuerza popular que crea en la democratización de la sociedad, en la económica, en la política, en lo cultural.
Nuestra permanente convocatoria a la unidad del campo popular también ha sido una conducta que sostuvimos con convicciones, de que no vinimos a ocupar cargos para nosotros sino para ayudar a cambiar, para mejor, la realidad de nuestro pueblo. Eso nos llevo a enfrentarnos a los poderosos, a denunciarlos y a discutir con nuestro propio gobierno definiciones políticas, que nos pusieron en confrontación con esa lógica perversa de los que creen más en sus propios intereses que en los de toda la comunidad.
Más allá de contradicciones internas y de alguna deserción, el Frente ha dado firmes pasos en el camino de construir una unidad de pueblo movilizado, asumiendo nuestra propia crisis de poder y en la búsqueda de encontrar respuestas a la crisis práctica y teórica de la sociedad nueva que queremos desarrollar.
Somos coherentes
Estamos orgullosos de militar en el espacio del ex presidente Kirchner y ahora con la compañera Cristina. Dijimos que la crisis del 2001 debía saldarse con la afirmación de un gobierno que rompiera la lógica perversa del neoliberalismo. Afirmamos que el capitalismo se debatía en una crisis global.
En particular en la Argentina, la combinación de dictadura, menemismo, la Alianza y la devaluación duhaldista, con la complicidad de la Sociedad Rural, la UIA, la CGT de los Gordos y de Barrionuevo, los Medios masivos de comunicación, el FMI y el gobierno de los Estados Unidos, fueron los responsables del genocidio social más escandaloso que tuvimos que soportar. A tal nivel que en esa etapa se nos morían 100 chicos menores de un año por mes, por hambre o razones evitables, en un país hecho de pan y de alimentos. Los gobiernos de turno que controlaron el aparato del Estado fueron los garantes de esa devastación.
También dijimos que en 2001 fue una crisis que estalló por abajo, en los sectores populares, y se resolvió por arriba, con la devaluación, en la salida de la convertibilidad, por la crisis al interior del bloque dominante que se disputaron quién conducía la salida del modelo. Cuando decimos disputa por la salida a la crisis es porque, en nuestro análisis, lo que vivió la Argentina del 19 y 20 de diciembre de 2001 fue una crisis de hegemonía, de quién conducía la nueva unidad de negocios al interior del bloque de poder.
La devaluación de la moneda nacional o la dolarización definitiva de la economía. Esa era la disputa entre exportadores, la industria y el campo y los sectores financieros y las empresas transnacionales, vinculados a los servicios privatizados por el menemismo. Una u otra salida la iba a pagar el pueblo. Porque esa era una disputa al interior de los poderosos.
Ganó la devaluación; el PJ que conducía Duhalde fue la garantía de otra nueva estafa para el pueblo y la Patria, que pagó con más de 6.000.000 de compatriotas arrojados por debajo de la línea de la pobreza. Pulverizó salarios y llevó los precios de la canasta básica a cifras inalcanzables para el consumo popular.
La devaluación hecha por Duhalde, triplicó ganancias a los exportadores, los de la industria y del agro y también los activos financieros, de los que fugaron más de 100 mil millones de dólares al exterior. Garantizó también, mediante transferencias multimillonarias, que no quebraran los grupos económicos locales ni el sistema financiero.
Nosotros, en ese tiempo, fuimos los que protagonizamos el enfrentamiento a ese orden impuesto, a sangre y fuego, por la dictadura y por la corrupción y las traiciones de los sucesivos gobiernos, que llegaban con el voto de los trabajadores y el pueblo empobrecido, y en el ejercicio del poder terminaron gobernando para los ricos. Pero jamás dijimos que la Argentina estaba en un estado prerevolucionario, como escribieron y disputaban ser la conducción de ese proceso algunos que hoy se autoproclaman vanguardia iluminada.
Para este nuevo tiempo, más que nunca la memoria de lo que nos pasó, y en qué lugar estuvo cada uno de nosotros, los de un lado y los del otro, del lado del poder y del pueblo, y qué dijimos, pero sobre todo qué hicimos. Tenemos el orgullo de decir que siempre estuvimos de un lado, con el pueblo que resistió, como pudo y a lo que dio lugar, con la convicción y la esperanza de que nuevos tiempos vendrían y que íbamos a saber darnos formas organizativas para sumar y convocar. Así lo hicimos desde diferentes lugares, sobre todo desde la CTA y los Movimientos populares y, aunque en minoría, fuimos miles de nosotros con tantos otros compañeros.
Fuimos no sólo los que denunciamos al poder económico sino también a sus representantes en el Estado nacional, provincial y municipal, en el bloque económico, en sus intelectuales, en el sindicalismo y en lo partidario, en sus alianzas internacionales. Fuimos protagonistas en la resistencia, promoviendo el derrumbe de ese orden injusto y convocando a construir el nuestro, el de la vida.
Después del estallido y el duhaldismo, logramos que la Argentina encontrara una salida, con Néstor, que asumió con más desocupados que porcentaje de votos y con más dudas que certezas, e iniciamos el camino de la recuperación nacional, de creer en nosotros, de levantar nuestra autoestima, de desarrollar un modelo económico con inclusión social.
Los más de tres millones de puestos de trabajo creados lo demuestran, la recuperación del poder adquisitivo de los salarios de los trabajadores, de los jubilados, la política educativa con las Leyes de Educación y de Financiamiento Educativo, el desendeudamiento, la recuperación del rol del Estado, como podemos demostrar en el fortalecimiento del sistema público de reparto, la estatización del correo, del espacio radioeléctrico, aguas Argentinas, el plan nuclear, la reactivación del yacimiento Río Turbio y los astilleros, la inversión pública en agua potable, viviendas populares, cloacas, escuelas, hospitales, carreteras, la creación de ENARSA y los acuerdos de integración energética con Venezuela y Bolivia, la construcción del Banco del Sur y el rechazo a la imposición del ALCA y los acuerdos de libre mercado, la estatización de Aerolíneas y Austral, los acuerdos regionales con Brasil y la reindustrialización del país, verificada en el crecimiento del producto bruto industrial.
Política de gobierno sustentada en un fuerte discurso y acciones de unidad, con los pueblos y gobiernos latinoamericanos, y en la permanente convocatoria a la discusión de avanzar en la distribución del ingreso, a participar en ámbitos institucionales a los sectores representativos de los trabajadores y los movimientos sociales. Para nosotros está claro que pudimos instalar una salida para el pueblo, como está claro que también falta mucho, pero este gobierno no vino a garantizar el orden de los devaluadores de la moneda ni de los que planteaban la salida convertible dolarizadora, ambas conducidas por los bloques dominantes.
Por el contrario, fuimos el gobierno del pueblo ante las pretensiones de algunos que nos querían colocar en la otra vereda, sea en los análisis de derecha o de los autoproclamados vanguardias de izquierda. Y lo hicimos con memoria, verdad y justicia, con las Madres, las Abuelas y los Hijos de Plaza Mayo y, sobre todo, con la memoria de los muertos y los fusilados en todas las dictaduras gorilas.
Pudimos, junto a Néstor y Cristina, con mucho protagonismo popular, sentar las bases, esbozar, empezar a parir, con contradicciones, con avances y retrocesos, la necesaria construcción de un nuevo PAIS en marcha y la búsqueda de una nueva coalición política en la Argentina. Queremos retomar el proyecto nacional que se concretó el 17 de octubre del 45 y fue síntesis histórica de las luchas emancipadoras que jalonan la historia de más de 100 años de lucha popular.
Nuestra historia merece ser contada sin fragmentarla. Para nosotros fue nacional y popular tanto con el anarco sindicalista gallego Soto, que se reveló contra las patronales agrarias, como los esbozos del irigoyenismo y la Revolución del Parque, los intentos del socialista Alfredo Palacios, y en la lucha de Perón y la inmortal Evita, que sintetizan y realizan los sueños por construir un mundo y una sociedad mejor. La revolución nacional y social que quedó inconclusa.
También son nuestros y parte fundamental del proyecto nacional los que cayeron en la resistencia al golpe gorila del 55, las 62 de pie, la CGT de los Argentinos, el Cordobazo con Atilio López y el gringo Tosco, la juventud del luche y vuelve, todos los compañeros de todas las corrientes políticas e ideológicas que cayeron bajo las balas asesinas de la dictadura del 76 o de la Triple A.
Este es el debate con y para el pueblo, cómo hacemos para avanzar. Son tiempos de preguntarnos más que de certezas o bajadas de línea de los sabelotodos, buscar en nuestras propias historias, en nuestras memorias y creencias, en el aprendizaje de los sufrimientos, y en el avance de nuestro pueblo, el que anda de a pie, el que desde lo más profundo de la geografía nacional o de su humilde condición social, todos los días nos muestra, solidaridad, amor, compromiso, pasión, esperanza y sobre todo, convicción de que no debe haber ni un paso atrás.
Y lo estamos haciendo junto a otros pueblos y gobiernos que también nos dan orgullo y nos ratifican en nuestra coherencia, en lo que pensamos y hacemos. Junto a Evo Morales, Lula, Hugo Chávez, Correa, y a la siempre vigente Revolución Cubana y su comandante Fidel. Sabemos que no habrá liberación de Argentina si no se constituye un bloque de poder y de unidad en la América del Sur; la crisis global del capitalismo y los manotazos guerreristas del imperialismo tienen capacidad para abortar cualquier proyecto al interior de nuestros países.
Somos defensores de un análisis político que sostiene que esta etapa de tiempos y gobiernos nuevos no fue el resultado sólo de elecciones o responsabilidad de la gestión estatal. El nuevo tiempo fue parido por la lucha de nuestro pueblo que, a brazo partido, supimos dar pelea a los traficantes del odio y de la muerte, a los que se vendieron por cuatro monedas, a los que se cambiaron la ropa y tergiversaron ideales y representaciones.
Contra todo ello, el pueblo como el agua supo oradar la piedra neoliberal, que hacía de dique que contenía el resurgir nacional, nuestras ganas, nuestros sueños, de que otra Argentina no solo es posible sino fundamentalmente necesaria. Fue agua torrentosa que oradó esa piedra, las marchas de las Madres de la Plaza en la dictadura, los miércoles de los jubilados en democracia, los paros nacionales del movimiento obrero ante la economía de guerra que nos planteó Alfonsín y contra los decretos privatizadores del menemismo, con el compañero Saúl Ubaldini en la CGT Azopardo, el Grupo de los 8 y Germán Abdala, representándonos en el Congreso con su dignidad y claridad.
Los paros nacionales y la Marcha Federal, del MTA con Hugo Moyano y la CTA conducida por Víctor De Gennaro, los piquetazos nacionales y Plazas de Mayo llenas, la Carpa Blanca de la Dignidad de la CTERA, el matanzaso histórico, con Luis D’Elía, la CCC y la CTA Matanza con el compañero Miguel Federico de ATE, el FRENAPO y los tres millones de votos por la distribución de la riqueza, y el 19 y 20 de diciembre del 2001. Todos fueron hitos, mojones de dignidad nacional, que jalonaron este tiempo de nuestros pueblos. En ese mandato nos reconocemos y ese camino queremos profundizar en este tiempo.
Reconocer nuestros límites y debilidades. La prioridad, salir de la derrota cultural
Es evidente que el neoliberalismo tiene mucha fuerza y se nos cuela y nos penetra en la cabeza y el corazón, de nuestros compañeros y en las propios. Para garantizar ese objetivo, echa mano a todas las herramientas que tiene y una de la que es amo y dueño, que es asumido por nuestro pueblo como alguien de su propia familia, son los medios de comunicación. Son los verdaderos justificadores de que las cosas no se pueden cambiar o que todo lo que hace el gobierno o el campo popular está mal.
Trabajan para hacer natural el orden de dominación y se constituyen en el ariete de establishment y del poder económico, para la defensa de sus intereses de clase, que no son otros que garantizar la preeminencia del mercado y evitar, de cualquier manera, la intervención del Estado, para que lo público no intervenga en lo privado. Los grupos económicos concentrados de la comunicación y sus intelectuales orgánicos tratan de impregnar e imponer en la población un nuevo sentido común: no hay salida colectiva, hay que volver al sálvese quien pueda.
Han vuelto a promover, con fuerza, ayudando al rearmado de la derecha política y económica con viejas y remanidas consignas:
• Nada se puede cambiar, uno puede llegar al gobierno pero debe gestionar sin alterar el orden de dominación.
• El Estado no debe intervenir en la economía, es símbolo de corrupción e ineficiencia.
• La idea de distribuir el ingreso es populista, demagoga e irresponsable.
• Todo lo privado es mejor, saben manejar empresas entonces van a saber administrar el país.
• Los políticos son todos iguales, deshonestos, piensan nada más que en ellos.
• Descalifican a los movimientos sociales, al sindicalismo, sus luchas y su participación en espacios institucionales, nos muestran como defensores de prebendas clientelares y como portadores de discursos y prácticas violentas.
• Promueven el individualismo, no existen opciones de solidaridad para mostrar y promocionar, el objetivo es desalentar la organización y la participación popular.
• Hasta el hartazgo promueven el consumismo superficial y justifican, en nombre del desarrollo, el modelo productivo depredador de nuestros suelos y recursos naturales.
Resolver la crisis de representación y de poder del pueblo
En esta etapa de nuestra construcción política y de la realidad argentina, necesitamos llamarnos y convocarnos, junto con otros sectores políticos, sociales, sindicales, partidarios y culturales, a resolver la crisis de representación y de poder de nuestro pueblo.
No hay dudas para nosotros que, antes de la gestión de Néstor Kirchner, todo el sistema político argentino estaba en una fuerte crisis de representación. Entendemos a éste como la totalidad de sus instituciones: los partidos políticos, los gobiernos nacional, provincial, municipal, los concejos deliberantes, la Justicia, las Fuerzas Armadas, los sindicatos, la Iglesia, las Universidades, los movimientos sociales, el Parlamento.
La crisis fue transversal a todas las instituciones. Venimos de un sistema donde la política era vista, más que como representante de intereses públicos y colectivos, como un espacio de negocios privados. Se llegaba al gobierno con el voto de los pobres y se gobernaba para los ricos; se prometía el fortalecimiento del Estado y se lo remataba a precio vil.
La democracia era un lugar para los que representaban en términos electorales, sin otros espacios de participación popular. Se consolidaba una democracia formal, donde el pueblo elije a sus representantes, pero sin alterar el modelo político y económico en marcha, impuesto en el 76 y profundizado por el neoliberalismo de los 90. Se puede decir que supimos ganar elecciones, pero no pudimos gobernar. De esta manera, sin control posible de parte de los representados, los gobiernos iban para un lado y el pueblo para otro. Lo que debía ser consenso y participación devino en corrupción, autoritarismo y represión. La manipulación social, sobre la base del caudillismo y los punteros, reemplazó el necesario debate y protagonismo del pueblo en las decisiones publicas. El Estado se convirtió en garante de los negocios del sector privado y modeló la sociedad que nosotros heredamos, de pobreza, desocupación y miseria.
Así, ante el descrédito de las instituciones democráticas, nos ganó el individualismo, el no te metás, son todos iguales, de nada vale participar, ya está todo arreglado, o algo me tienen que dar. Se nos impuso un modelo económico y social de la mano de una derrota ideológica y cultural.
Desde ahí venimos, desde ahí estamos remontando la cuesta
Mucho hemos avanzado con nuestro gobierno y, fruto de mejorarle la calidad a vida de nuestro pueblo, la política ha ido recuperando el lugar que jamás debió haber abandonado. La política es, ante todo, emancipación ante la dominación. Es garantizar la defensa de la vida y la libertad de las personas. Es entender que la sociedad que aspiramos y queremos, será responsabilidad de nosotros mismos. Para esto es necesario que entendamos que nuestros problemas y nuestras soluciones no son sectoriales sino que son colectivas.
No se resuelve la crisis de representación tan sólo en elecciones, debemos construir una nueva institucionalidad si no lo que hacemos es repetir el funcionamiento del aparato del Estado y el orden existente, con otro discurso, pero sin generar las condiciones para avanzar en un proceso de transformación.
En el marco del actual escenario del capitalismo, con el dominio total sobre las fuerzas de la producción, de la comercialización, y las finanzas, el sistema político y el conjunto de la sociedad es permeable a las presiones corporativas. En nuestro caso más dramático, por la ausencia de Estado soberano o propietario, como fue el Estado peronista o el Estado socialista en la experiencia del denominado socialismo real.
La privatización, significó no sólo transferencia en términos de negocios, rentables al capital. Lo más grave fue que se transfirió poder. Poder de incidir en el mercado, en cualquiera de ellos, en el energético, en las comunicaciones, en la marina mercante, en el eléctrico, en el transporte.
Este escenario debería definirnos líneas de acción; no alcanza tan sólo con administrar y controlar el Estado, debemos avanzar en la construcción de unidad y poder popular en todas las instancias: territorial, estudiantil, empresaria, intelectual, cultural. En síntesis, nueva institucionalidad, nuevos sujetos, nueva sociedad, con nuevos paradigmas, nueva regulación social, nuevo contrato social. Esta es la tarea.
Nuestros desafíos están junto a Néstor y Cristina, con la CTA, los movimientos sociales y la unidad popular con otros compañeros
Cuando asumió Cristina dijimos que se terminaba una etapa política en la Argentina. Evaluábamos que el segundo mandato iba a ser el de un gobierno hostigado. La decisión del poder es desgastar, deslegitimar, arrinconar, debilitar, entrampar a Cristina, a su gobierno, y sobre todo al proceso político en marcha. Al mismo tiempo, fortalecer una opción de salida a esta etapa por derecha.
Basamos nuestra hipótesis en que los grupos económicos locales y transnacionales no están dispuestos, e iban a dar pelea, a la convocatoria hecha por nuestra Presidenta de avanzar en las reformas que profundicen los cambios iniciados por el compañero Néstor K, tanto en nuestro país como en América latina
El gobierno norteamericano, con su empantanamiento en Irak y Afganistán, su dificultad para invadir Irán, y la tensión que le genera la Venezuela bolivariana de Chávez y la rebelión de lo que fue su patio trasero en Bolivia, Brasil, Ecuador, Argentina y Paraguay, retomó iniciativas imperiales en esta parte del mundo. Lo demuestra el anuncio de que la cuarta flota norteamericana viene a navegar en aguas de América del Sur, con la pretensión de navegar ríos interiores.
EL relanzamiento de acuerdos de libre comercio con cada gobierno de la región, es el intento de mostrarnos que la derrota realizada al ALCA por pueblos y gobiernos en Argentina, fue parcial.
Si algo confirma la nueva política norteamericana para Suramérica, es su intervención directa en territorio ECUATORIANO, a través de el Plan Colombia, en una virtual operación financiada y dirigida por la CIA y militares del Pentágono.
La decisión de Uribe de enviar tropas a Afganistán, apadrinadas por España, cierra la operación de la proclamada lucha contra el narcoterrorismo, que no es otra cosa que defender sus intereses geopolíticos y económicos y energéticos a través de la guerra. Los soldados colombianos dejan de combatir en la jungla amazónica y pasan a hacerlo en el desierto afgano, cambian la amenaza de la Coca por la de la Heroína, y la lucha contra la guerrilla de las FARC por la de los Talibanes.
El Salvador, uno de los países más pobres de América latina, también se unirá a tropas de la OTAN en el Líbano. Todo vale en la aldea global, no importan sus métodos sino sus fines. Por supuesto, todo en nombre de la libertad y el progreso.
La campaña de desestabilización al gobierno de Evo Morales, con las rebeliones autonómicas de las provincias de la denominada medialuna, con centro en Santa Cruz de la Sierra, es otro de los embates de las elites económicas de Bolivia, alentadas por la Casa Blanca.
Lo peor de este lamentable escenario, que tiene que afrontar nuestro compañero Evo Morales, es que la COB, la Central Obrera Boliviana, está a la cabeza de la rebelión con cortes de ruta y movilizaciones, que incluso ha costado varios muertos.
Cualquier similitud con el Salvaje Paro Patronal agrario y la actitud destituyente de las elites nuestras, y el acompañamiento de los sectores medios y algunos otros sectores en nombre de la clase trabajadora, es pura casualidad.
Por supuesto que toda esta política intervencionista, lanzada por los Estados Unidos y sus socios de Comunidad Económica Europea, esconde lo que nosotros analizábamos por el 2001, de la crisis global del capitalismo y sus manotazos desesperados, para encaminarla.
La crisis financiera, en el centro de ese orden, que apareció a la luz pública el día que el Banco estadounidense Bearn Stearns anunció la quiebra de dos fondos de inversión, parecía un problema aislado.
Pero fue el síntoma de una enfermedad que se extendió, como un rayo, por todo el sistema financiero mundial. El nombre de esa amenaza destructiva se llama créditos hipotecarios impagos y ya se ha cobrado 93.600 empleos, y bancos y aseguradoras han reconocido pérdidas por valor de 284.500 millones de Euros, y tuvieron que captar fondos por 230.000 millones de Euros para cerrar sus balances.
La crisis amenaza llevarse puesto a varios bancos importantes de Europa, ya que ante la necesidad de liquidez para seguir dando créditos, la globalización financiera capturó, en el mercado de capitales, para refinanciar las hipotecas a agricultores franceses, ahorristas alemanes y a importantes empresas, que buscaban en la timba financiera global mayores utilidades.
Este desastre coincide con los primeros síntomas de la desaceleración de las economías a ambos lados del Atlántico, y el fantasma de la inflación. Los nubarrones más densos de esta tormenta es el encarecimiento de las materias primas, especialmente del crudo y de los alimentos básicos.
El maíz y el arroz se han convertido en un activo de inversión más y por lo tanto en su precio influyen factores al margen de la oferta y la demanda; hay un exceso de especulación.
España tiene hoy el nivel de desocupación más alto de los últimos 48 años; Francia acaba de cambiar su régimen laboral de 36 horas semanales y avanza en una reforma a su régimen de seguridad social.
En este escenario internacional asumió el gobierno nuestra compañera, en una profundización de la guerra por la apropiación de la riqueza y los mercados, a escala global, y sobre todo de sectores clave que garanticen el orden actual: energía, agua y tierra fértil para producir alimentos.
La Argentina no es neutral en esta disputa, nunca lo fue, por esa razón, nuestros objetivos de mayor distribución de la riqueza, democracia y soberanía nacional, no son convocatorias que entusiasmen a los dueños del capital. Sobre todo después de unirse en la decisión de que el modelo debe funcionar como está, sin alterar un ápice la desigualdad. Hasta acá llegamos en términos de distribución, según su teoría “ya nos sacó bastante este gobierno populista”.
Este fue el significado político de la derrota, y ese fue el sentido del voto de Cobos en el Senado, todos unidos contra el proyecto de profundizar la distribución de la riqueza y la preinstalación del rol del Estado como garante del interés colectivo y no de intereses privados.
En este objetivo se ponen de acuerdo todos los sectores, principalmente los intereses económicos; el debate sobre un modelo de desarrollo industrialista o agropecuario, o de servicios, esconde un acuerdo básico entre las cúpulas dominantes, cualquier modelo es posible mientras se contemple sus tasas de ganancias y se no se altere el patrón de acumulación basado en la injusticia distributiva.
Eso fue lo que desató la furia contra la Resolución 125, el Estado interviniendo en el mercado, afectando ganancias del sector privado, del complejo agroindustrial exportador sojero, disputando renta a las empresas multinacionales, de capital principalmente norteamericano, con la clara intención de distribuir ese excedente capturado por el Estado a los sectores de la sociedad más empobrecidos, hospitales y viviendas populares.
Si a esta confrontación sumamos la pretendida democratización anunciada de los grupos económicos de la comunicación, cuya facturación anual y niveles de ganancias son tanto o más que las propias patronales agrarias, nos explica el poder que enfrentamos.
Más allá del resultado en el Senado, fue correcta la decisión política de la Presidenta, sobre retenciones móviles, la táctica empleada, en que si era posible separar a los pequeños productores de los grandes pools de siembra y terratenientes, puede estar en duda, para nosotros, hubo un error en cómo se instrumentó ese decreto. Pero la política se mide por los resultados y no por lo que uno desea, la derrota política en el Senado tuvo varios motivos para que suceda.
La primera de ellas es que la coalición política, económica, sindical, social, y comunicacional que enfrentamos fue superior a nuestras fuerzas. Ese es el primer reconocimiento que debemos hacer, aceptar la derrota para poder procesarla correctamente y definir un plan de iniciativa política que nos recupere. Debemos asumir que esa derrota a nuestro proyecto fue inflingida por nuestra propia debilidad en la política de alianzas, en las herramientas que disponemos como Estado y en la ausencia de un nivel de organización y conciencia popular en el conjunto de la sociedad.
El intento de profundizar los cambios con herramientas viejas
El gran acierto del gobierno de Néstor fue la relación directa que tuvo con nuestro pueblo, la explicación de los actos de gobierno y su fundamentación ideológica, como fueron los temas que instaló en la agenda pública, la unidad con los gobiernos de América latina, la participación popular, los movimientos sociales como sujetos político sociales, el acuerdo social con participación sindical, los derechos humanos, la distribución de la riqueza, el rol del Estado.
Esta forma de gobernar, el fundamento, reconociendo que su gobierno fue producto de las jornadas de resistencia popular al neoliberalismo que había gobernado el país en los últimos 25 años. Y que se sintetizaba en el hartazgo social a todo el sistema político e institucional que estallara el 19 y 20 de diciembre del 2001.
Néstor tuvo en claro la crisis de representación y la necesidad de una nueva identidad política que, articulando viejas y nuevas banderas, abarcara de manera transversal, o en el formato de nuevas coaliciones políticas, a todos aquellos que compartimos los ideales, principios y de la nueva etapa a la cual se convocaba. Un país más justo.
Este movimiento, del cual somos activos protagonistas junto a otras organizaciones, tuvo su punto de inflexión en las elecciones del 2005, cuando producto de esa política aparece el Frente para la Victoria, que enfrenta a la estructura del Partido Justicialista, conducido por Duhalde. Se puede argumentar que desde esa elección, que fue histórica y bisagra para los nuevos tiempos que corren, Néstor detuvo la construcción de una fuerza política popular, democrática y de transformación y que el Frente para la Victoria sólo fue una estrategia electoral. Seguro que no nos equivocaríamos en esa apreciación.
Es justo también, reconocer que nosotros, como integrantes del Frente para la Victoria y del campo popular, fuimos incapaces, no pudimos construir la necesaria unidad popular que nos de mayores posibilidades de intervenir en esa disputa. Ganamos una elección, conducimos parte del aparato del Estado nacional, tenemos la mayoría en diputados y se ha renovado la Corte Suprema de Justicia. Pero somos minoría, no conducimos, ni responden, ni comparten, nuestro proyecto, aún conducido por Néstor y Cristina Kirchner, la mayoría en el Senado nacional, en los gobiernos provinciales, en las cámaras legislativas, en las intendencias, en los concejos deliberantes, en el movimiento sindical, en los sectores económicos, en el sistema partidario y en los medios de comunicación.
Los límites que nos puso el paro patronal agrario demostraron lo poderoso de la coalición de poder que tenemos enfrente y los límites de nuestra propia estrategia.
La caída de la resolución 125 y la primera derrota política nuestra, fue producto también de nuestra política de alianzas. Adentro y por fuera del PJ. Podemos decir que tenemos el gobierno nacional, pero no tenemos el poder, al menos el necesario, para avanzar en las transformaciones que queremos producir en la sociedad. Para achicar la brecha de desigualdad social y re localizar al Estado como promotor del bien común y actor clave en la disputa por el patrón de acumulación y distribución de la riqueza que producimos todos los argentinos. Un párrafo aparte merece la afirmación hecha por la compañera Cristina, pero en términos de interrogación: si en estas condiciones es posible avanzar en una política distributiva, cuando se trata de afectar intereses de los capitales concentrados.
Tenemos que construir nuevas herramientas
Néstor y Cristina sabían que la nueva etapa iba a ser más dura que la primera, como lo vinimos y analizamos en este documento. Para eso definieron una estrategia, a la que nosotros le pusimos nuestros reparos en cuanta oportunidad tuvimos de conversarlo.
El viraje a fines de diciembre pasado fue el convencimiento de que la gobernabilidad de Cristina se iba a garantizar con el aparato del Partido Justicialista y la CGT. El acuerdo con gobernadores y radicales K completaban el blindaje del gobierno.
La primera confrontación sería con las patronales y demostró que no es posible conducir a los que representan otros intereses que los nuestros. Ni Cobos, ni Chiche Duhalde, ni Urquía traicionaron, simplemente se ubicaron del lado donde siempre estuvieron, con el Poder, y así respondieron cuando se tocaban sus intereses.
En el PJ se alinearon con las patronales todos los responsables del saqueo y la entrega, no sólo del patrimonio público y el trabajo de los argentinos sino los que entregaron ideales y representaciones.
En la CGT, la posición de Barrionuevo y el silencio de Benegas y los Gordos, fue más apoyo a las patronales agrarias que a nuestro gobierno.
Por eso decimos las siglas y no confundimos PJ con peronismo, que es pueblo y vive en millones de corazones nuestros.
Y CGT, que son los trabajadores, y en donde hemos visto cómo muchas de esas organizaciones marchaban con nosotros, con el pueblo, masivamente, a respaldar al gobierno en la pelea contra las patronales.
Esto nos demuestra, para enseñanzas, por lo menos nuestras, que no se puede hacer política con poder prestado y mucho menos, con los poderes de otro.
Cuando el gobierno dio este cambio de táctica, empezamos a notar la decepción y la desconfianza de amplios sectores de la población.
Nosotros estamos convencidos de que debemos avanzar en cambios profundos y para eso hace falta avanzar en una nueva institucionalidad y en nuevos cuadros convencidos que ese es el camino.
El gobierno de la compañera Cristina, que es nuestro, y el proyecto estratégico de poder de los sectores populares, depende de la correlación de fuerza que tengamos ante el bloque de poder y la derecha, sin ignorar la capacidad de estos sectores para desestabilizar.
Estas definiciones, en el marco de una sociedad que ha avanzado, pero que todavía se encuentra dominada por una ideología, de la delegación, de la resolución económica ya de nuestros problemas, conciente de lo que no quiere, pero en duda y en disputa el modelo de sociedad que se quiere.
No podemos caer en el error de confundir el análisis y decir que la gente es mala o la clase media es desagradecida; lo que nos pasa, es que la mayoría de la población no tiene una convicción ideológica, no participa, no se asume y compromete en los cambios del tipo de Estado y sociedad que necesitamos. Es nuestra la responsabilidad de dar esa disputa ideológica.
Por lo tanto, debemos trabajar para lograr una voluntad colectiva nacional que se involucre y decida los destinos de este proyecto, y no conceder en el necesario debate de cuáles deben ser las herramientas a promover y construir para garantizar la voluntad popular.
Ratificar el rumbo con más democracia, distribución del ingreso y soberanía nacional
No todo fue negativo en la confrontación con las patronales. Hemos visto una gran polarización de la sociedad, una masiva respuesta de movilización popular, y un sinceramiento de las estructuras de representación que crujieron y debatieron en qué lugar había que estar en la respuesta al paro patronal agrario y la derecha destituyente.
El Frente Transversal, junto a sectores del movimiento social, de la CTA, la CGT, intelectuales de la denominada Carta Abierta, la experiencia de los gobiernos del peronismo, municipios y gobernadores, de la centroizquierda, y mucha de la denominada clase media, sin encuadramiento, protagonizamos no sólo masivas movilizaciones sino profundos debates sobre el escenario político y sus consecuencias.
La estatización de Aerolíneas Argentinas, la movilidad en los haberes de los jubilados, las reuniones de los presidentes de América, son señales positivas que definen espacios por donde transitar.
Eso es responsabilidad del gobierno. Cabe preguntarnos cuál será la nuestra para acompañar ese proceso y encontrar espacios de decisión, con el gobierno y en el campo popular, para ayudar a resolver la crisis política, que sigue abierta.
No somos los primeros en pensar en una alternativa popular a los sectores dominantes, somos continuidad de compañeros que pensaron un futuro mejor para nuestro pueblo. Siempre hubo dos proyectos, uno, el proyecto nacional, popular y revolucionario; el otro, oligárquico, antinacional y para unos pocos. Hoy el desafío es la unidad popular, debemos intentar una unidad política y para esto es necesario tratar de gestar una conducción popular conciente del destino en juego.
Nuestra falta de unidad permitió avanzar a los sectores más proclives a garantizar supuesta gobernabilidad, pero de los sectores de poder, no de los que queremos profundizar la distribución de la riqueza para el conjunto del pueblo. Fuimos capaces de unirnos para defendernos, no lo fuimos para una ofensiva y eso sólo será posible si discutimos una estrategia integral, de poder popular. No estamos en condiciones de unirnos en una estrategia electoral, pero sí, como se demostró, para una unidad política.
Lo que está más claro es que, si podemos tener políticas comunes, nos será más sencillo compartir y discutir entre nosotros estrategias electorales. Lo que no puede pasarnos, porque sería un error estratégico e histórico, que no podamos hacer la unidad popular por diferencias electorales.
Con este objetivo, nos proponemos y les proponemos
Convocarnos a construir un espacio de unidad popular que tenga el objetivo de profundizar los espacios democráticos, la distribución de la riqueza y la soberanía nacional.
En esta dirección nos proponemos discutir, con todos los movimientos sociales, la constitución de una estructura orgánica que agrupe expresiones de los territorios, para abordar y discutir un programa de desarrollo territorial que avance en la organización popular, una unidad de acción que articule las demandas de los compañeros y las respuestas que debe resolver el gobierno nacional. Decidir, en el marco de esa unidad, fortalecer el movimiento sindical, poniendo el esfuerzo en el desarrollo y consolidación de la Central de Trabajadores de la Argentina.
En el convencimiento que las empresas privadas son un espacio negado a la democracia sindical y que en los barrios, o los territorios, están la mayoría de los trabajadores, se constituye ese ámbito como el espacio natural para discutir una nueva unidad política.
Si bien la Argentina ha bajado sus niveles de desocupación, de pobreza y de exclusión, y eso ha fortalecido a los sindicatos formales, la vigencia de la informalidad laboral, la desocupación, el cuentapropismo y el trabajo asociado o la economía social, son importantes también y son factores que nos indican lo fragmentado de la clase trabajadora. Marca los límites de una práctica sindical basada en el aparato, en la pelea reivindicativa y sectorial, más pensando en sus afiliados que en el conjunto de la clase. El modelo le da un lugar al trabajador formal en la discusión de salarios y condiciones de empleo. La estrategia sindical, con matices, no llega al conjunto de los trabajadores. Debemos comprometernos más para que se organice.
Por otra parte, ha sido y sigue siendo notorio el grado de activismo de los movimientos sociales, su capacidad de movilización, su presencia pública, como también su identidad, sus tiempos y sus nuevos dirigentes, más vinculados a una práctica barrial y solidaria.
Una estrategia de poder debe contener una acción decidida en la organización de los trabajadores, es imposible que podamos democratizar la economía si no podemos democratizar la organización de los trabajadores.
El Estado solo no alcanza, hay que discutir salarios, pero también ganancias de las empresas, modelo productivo y distribución de la riqueza, y en esa política necesitamos promover y darle poder a los trabajadores.
Proponemos que esta unidad la ampliemos con el armado de una agenda nacional, que incorpore decisiones del gobierno en políticas de distribución del ingreso nacional; para nosotros debemos levantar, con fuerza, políticas universales y es por esto que proponemos, como bandera a reivindicar, una asignación universal para todos los pibes del país.
Acordar con el gobierno un plan nacional de desarrollo territorial, que incorpore las demandas de viviendas populares, cloacas, agua potable, la lucha contra el paco y la constitución de los mercados populares.
Darnos una estrategia de formación de cuadros, que discuta el cómo y para qué de nuestra militancia y estrategia de poder, orientada a todos los cuadros del movimiento social, convencidos de que es el tiempo del debate de ideas y que esa es nuestra fuerza principal.
Armar una agenda de discusión pública con los compañeros que militan en el espacio popular, sindical, barrial, de partidos, Ongs, institucionales, intelectuales, pequeños empresarios, de la ciudad y el campo, sobre la base de este compromiso de acción en el camino de unirnos.
Uno de los temas centrales a debatir de manera amplia y horizontal, sin querer forzar orgánicas comunes, es ir unificando y construir un movimiento basado en la recomposición, desde lo histórico y desde lo político. Debemos lograr unidad social al mismo tiempo que la unidad política.
Estos encuentros de análisis de la coyuntura, de debate y acciones, deben ser permanentes y debemos comprometernos a tratar de sostener y compartir una conducción colectiva y conciente del momento actual y de su desarrollo futuro, de cara al gobierno, a la sociedad, en el presente y en el futuro. No sólo debe darse a niveles de conducción, sino centralmente, en todos los niveles, principalmente con encuentros de la militancia, que afirme nuestras capacidades, resuelva debilidades, y construya iniciativas colectivas de avance, del gobierno y el pueblo, del pueblo y el gobierno.
Ubicar en este desarrollo, prioridad sobre los jóvenes, mujeres y la economía social para crear empleo y medios alternativos de formación y comunicación. Y otras iniciativas que podamos sintetizar alrededor de la democracia, la distribución del ingreso y la soberanía.
El espacio de unidad debe ser capaz de abordar las salidas electorales, pero su centralidad debe abordar la resolución de la crisis política, que tiene más que ver con la construcción de nuestra propia fuerza.
Dijimos al principio que esta unidad no se hace por decreto. Hay que hacerla, y eso es un proceso, como una construcción, pero también con una voluntad explícita de llevarla adelante. Por eso, nuestra propuesta no tiene dudas, somos parte del proyecto que conducen Néstor y Cristina.
No hay salida por izquierda o popular nacional, o el nombre que se le quiera poner, si este proceso fracasa. La salida será por derecha y antipopular.
Nos cabe la responsabilidad de profundizar el proyecto en el que estamos. Para hacer realidad definitivamente que nosotros no vinimos a garantizar la gobernabilidad de los grupos económicos, sea cual fuere, sino la felicidad y el trabajo del pueblo argentino.
Para esto es prioritario construir unidad popular, convocando a los compañeros del espacio social y popular, dentro del gobierno y aún a los que están afuera y tienen apoyos críticos, pero no son funcionales a la estrategia de la derecha. Así podremos tener mejores posibilidades en la batalla que nos han planteado los poderosos, ahora envalentonados por su victoria parcial y esta cletomanía gauchesca y multimediática. Queremos ser claros
Hay un tipo de unidad que ya se intentó y fracasó y sería deseable que no volvamos a cometer los mismos errores. Es aquella unidad que intenta realizarse sólo sobre la base de las cúpulas, de las denominadas orgánicas progresistas.
Nada más autoritario y antidemocrático que esa forma de ver la unidad, que no sólo la anula sino que reproduce las mismas metodologías de la vieja política que cuestionamos. Porque instala la lucha por espacios de poder entre las dirigencias y organizaciones existentes. De este modo, la construcción se limitaría a una puja por figuraciones y candidaturas, en un espacio autorreferencial y carente de contenido social. Así lo indican las experiencias de los que, en nombre de la nueva política, repitieron el manual de la vieja que cuestionaban, tanto en las orientaciones como en la práctica.
Definitivamente, no sirven. Nos llevan a un nuevo fracaso las construcciones en base a cúpulas, sin base social y sin democratización de las decisiones. Nadie banca lo que no decide, por qué va estar dispuesto a poner su esfuerzo, su piel, su corazón, sus tripas, y su vida, si no se siente parte del proyecto. Y esa decisión, la necesitamos de miles de compañeros y compañeras y si es posible de millones.
Nuestro único poder en esta puja con los poderosos, es el pueblo, la unidad popular, sin éste decidiendo, puede ser posible una unidad, pero ficticia, que irremediablemente nos llevaría a reeditar las viejas fantasías voluntaristas de las vanguardias iluminadas. Por esa razón debemos profundizar la unidad sobre la base de la legitimidad en los compañeros y compañeras.
Debemos instalar esta propuesta, convocando a una movilización permanente, hacia nuestros barrios, llevar el gobierno a los barrios, y sus políticas públicas, para que el pueblo las haga suyas y las pueda impulsar con fuerza y no queden en el camino.
Debemos definir nuestro propio programa. Más allá del gobierno, que debe decir y hacer lo que le permita la correlación de fuerzas, tanto al interior del país, como en el marco internacional. Nosotros debemos convertirnos en sujeto socio-político y, como tal, marcar rumbos y acciones.
Cuando definimos distribución de la riqueza no hablamos sólo de atacar la emergencia social, transfiriendo recursos hacia los desocupados o la población más pobre. Decimos avanzar en decisiones para que la organización de la producción y de la sociedad garantice trabajo digno y distribución de la riqueza para todos los argentinos.
Y eso es discutir en asambleas permanentes de la militancia del movimiento popular, para definir la nueva sociedad y el Estado nuevo que necesitamos para garantizar este proceso, que debe ser democrático y soberano para avanzar en la sociedad solidaria, o el nombre que entre todos le pongamos.
Como dijo nuestro querido compañero Germán Abdala:
“Si estamos todos en las luchas, por qué no vamos a estar en todas las decisiones"
Frente Transversal Nacional y Popular
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