Otra final sin Videla, Massera ni Agosti



EL FUTBOL Y LOS DERECHOS HUMANOS SE UNIERON EN HOMENAJE A LOS DESAPARECIDOS Y EN REPUDIO A LA DICTADURA

Jugaron dos equipos, en River, integrados por militantes de derechos humanos, mundialistas como Houseman, Villa y Luque y miembros de los seleccionados juveniles. Al final hubo un festival con Liliana Herrero, Spinetta, Viglietti y Fontova, entre otros.

Por Gustavo Veiga

La imagen sintetizó el espíritu de la evocación. Leopoldo Luque y Julio Ricardo Villa tomaron la larga bandera con las fotografías de los desaparecidos, la levantaron y posaron un par de minutos para los reporteros gráficos. Sobre la pista que bordea al raleado césped del Monumental, los dos campeones mundiales del 78 consumaban así lo que había costado tanto tiempo concretar. Que un gesto recíproco, un gesto de aquellos jugadores y de los organismos de derechos humanos que hasta ayer se miraban con recelo, los reuniera treinta años después, en el mismo escenario donde la Selección nacional había ganado su primer título mundial. Un título que se festejó mientras la dictadura militar perfeccionaba el terrorismo de Estado sobre 25 millones de argentinos con su secuencia de secuestros, torturas y desapariciones.

En la cancha de River, esta vez, no hubo genocidas ni multitudes galvanizadas por la alegría de aquellos goles que Kempes y Bertoni convirtieron en la final contra Holanda. En la cancha de River, esta vez, la memoria jugó su propio partido, que empezó con una marcha entre la ESMA y el Monumental, siguió con fútbol y concluyó con un espectáculo ofrecido por músicos de raíces diferentes.

El Instituto Espacio para la Memoria organizó lo que durante treinta años y dos aniversarios redondos (en 1988 y 1998), jamás había sido posible. Juntar en una convocatoria pública, en un acto sensible y con las mejores intenciones, a los jugadores que abrazaron la gloria deportiva en el ’78 y a quienes durante los años posteriores militaron bajo una consigna que se hizo huella: “Aparición con vida y castigo a los culpables”. Allí estaban Luque, Villa y René Houseman, los únicos campeones presentes, entremezclados con Nora Cortiñas, de Madres Línea Fundadora, Alba Lanzilotto, de Abuelas, y el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. Los primeros se habían colocado la camiseta celeste y blanca de la Selección y hasta los pantalones cortos (Luque fue el único que jugó 5 minutos) y las mujeres de los pañuelos blancos habían llegado caminando desde la ESMA hasta detener su marcha en la pista del Monumental.

A las 15 ingresó en el estadio el grupo más nutrido, que portaba la extensa bandera con los rostros de los desaparecidos encabezado por Pérez Esquivel. Quique Pesoa modulaba su voz grave y Daniel Viglietti abría la parte artística del acto desde el escenario montado a espaldas de la tribuna Centenario, la única que no se habilitó de un inmenso Monumental. El intendente de Morón, Martín Sabbatella; el secretario general de la CTA, Hugo Yasky, y el secretario de Deporte de la Nación, Claudio Morresi, habían detenido su marcha frente a la platea San Martín, donde un instante después recibirían sus medallas los campeones mundiales.

La gente se había acercado hasta Núñez con la típica pereza dominguera posterior al almuerzo. Algunos, los más militantes, arengaban con sus cantitos en la esquina de Figueroa Alcorta y Avenida Udaondo. Agrupaciones como La Cámpora, Proyecto Sur, el Movimiento Nacional Ferroviario y la FTV hacían flamear sus banderas y repartían prensa propia a los padres que llegaban con sus pequeños hijos de la mano. Adentro de la cancha, como si fueran trapos futboleros ante la inminencia de una final, balconeaban los de la CTA (El hambre es un crimen), de Hermanos de Desaparecidos por la Verdad y la Justicia, del Frente Nacional Campesino y uno que pedía Basta de Terrorismo de Estado en Colombia. Pero el que más se destacaba decía 30.000 detenidos desaparecidos ¡Presentes! y estaba detrás del escenario desde donde Pesoa continuaba leyendo textos alusivos y algunas adhesiones, como las de Diego Maradona, Daniel Passarella, César Luis Menotti, Carlos Bilardo, Carlos Bianchi, Amadeo Carrizo, Víctor Hugo Morales y el empresario Carlos Avila. También se difundieron comunicados que acompañaron la iniciativa, como uno del Colectivo de Exiliados de la Operación Cóndor.

El árbitro Guillermo Rietti esperaba que los periodistas desocuparan el campo de juego para comenzar el partido. Pero Luque y Villa se detenían ante cuanto grabador o micrófono se les interponía en el camino y decían su verdad. “Si mi presencia acá sirve para despegarme definitivamente de lo que pasó, bienvenido. Pero yo nunca me consideré partícipe del horror, aunque es probable que la dictadura nos haya utilizado”, dijo el ex futbolista de Racing y el Tottenham inglés.

Luque se paró de volante retrasado para distribuir juego y se retiró apenas comenzó el partido. Villa y Houseman salieron con los equipos pero no se pusieron los cortos. Se cantó el himno con la versión de Charly García de fondo, hubo fotografías para los protagonistas (militantes, jugadores Sub-20 y Sub-23 y el director de cine Tristán Bauer), hasta que el referí dijo basta. Desde ese momento, la atención se centró en el escenario, mientras una parte del público que ocupaba las plateas bajas empezó a saltar hacia la cancha para ver desde más cerca a Luis Alberto Spinetta.

Cuando el Flaco apareció en el escenario con su Fender (anteojos oscuros, campera blanca, la misma melena de siempre, aunque más canosa), el fútbol, por primera vez en la tarde, quedó desplazado. Regaló cuatro o cinco temas y entre ellos, un par de Almendra, su mítica banda: “Laura va” y “Plegaria para un niño dormido”. Después le dejó paso a Lito Vitale y su trío, que terminó tocando un par de temas con un músico que no estaba anunciado, pero levantó al público con un par de éxitos de su repertorio: Juan Carlos Baglietto. Siguieron Liliana Herrero, Horacio Fontova, Sara Mamani, La Bomba de Tiempo y Arbolito.

La tarde caía sobre el Monumental, los organizadores de Espacio para la Memoria seguían comunicándose entre ellos para no dejar detalle librado al azar y en el Monumental, esa caja de resonancia donde miles de voces atronaron aquellas tardes de junio del ‘78 festejando un título mundial, todavía se escuchaban los ecos de palabras que se repetían una y otra vez. Memoria, desaparecidos, derechos humanos, compromiso, militancia, compañeros, todas ellas unidas por el hilo conductor de una jornada que intentó zanjar las diferencias de dos visiones aparentemente irreconciliables sobre un mismo hecho. El hecho maldito del país futbolero que algunos prefirieron no evocar o del que tomaron prudente distancia.

Las presencias de Luque, Villa y Houseman, apenas tres campeones de aquel plantel de veintidós, de cualquier modo operaron como un símbolo para cumplir con el objetivo de La Otra Final. Hacer memoria en un país de memorias flacas. Un buen antídoto para recuperar la otra historia, ésa en la que aún resta mucho por escarbar.

Las dos puntas del ’78



Los organismos de derechos humanos con la bandera que lleva la foto de los desaparecidos marcharon por Libertador. Martín Sabbatella, Claudio Morresi, Hugo Yasky y Adolfo Pérez Esquivel, entre otros, acompañaron a Madres, Abuelas y Familiares.

Por Julián Bruschtein

“Como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar.” Con ese canto de fondo, insistente y repetitivo, los manifestantes rodeaban a las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora y la larga bandera con las fotos de los desaparecidos mientras ingresaban a la sede de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los centros clandestinos de detención más grandes durante la dictadura. Una columna de una cuadra y media se reunió ayer para acompañar a los organismos de derechos humanos, que unieron la corta distancia que existe entre la ESMA (hoy Museo de la Memoria) y la cancha de River Plate, para resaltar la diferencia entre la euforia del Mundial y la alegría de los represores Jorge Rafael Videla, Emilio Massera y Orlando Agosti, mientras desangraban al país con secuestros, torturas y asesinatos.

Rodeadas por manifestantes con pechera verde ligadas a la organización del acto, las Madres encabezaban la movilización con sus pañuelos blancos. Más atrás podía verse una gran cantidad de gente que marchaba, algunos sueltos y otros agrupados bajo banderas de sus organizaciones. Mabel Gutiérrez, de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, aseguró que el acto apuntaba “a lograr una jornada simbólica para recordar que a través del Mundial ’78 se taparon los crímenes de la dictadura. Esta otra final fue programada para reivindicar la lucha de desaparecidos, asesinados, exiliados y la lucha de las Abuelas por recuperar a los nietos”. Estaban el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel; el secretario de Deportes, Claudio Morresi; el líder de la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA), Hugo Yasky; el dirigente docente de UTE, Francisco “Tito” Nenna; el intendente de Morón, Martín Sabbatella, y organizaciones como Proyecto Sur, el partido político que encabeza el cineasta Fernando “Pino” Solanas y La Falcone, agrupación de la Universidad Nacional de Quilmes, entre otras. Todos ingresaron al predio de la ESMA portando la bandera con las fotografías de los desaparecidos, para luego salir y comenzar la marcha por Libertador.

“Este tipo de eventos es una forma colectiva de construir anticuerpos. Rescatar un hecho contradictorio, porque el ’78 fue el año pico de compañeros secuestrados y es el año en que se registró la mayor cantidad de cesantías en los establecimientos públicos. Esto sirve para levantar otro mojón para fortalecer la memoria”, destacó Yasky en las inmediaciones del estadio. Entre medio de los portadores de la bandera había algunos cascos con inscripciones que decían: “Estibador portuario, desaparecido social”. Un grupo de alumnos del secundario que funciona en el Cenard caminaba a un lado del rector, Rufino Pérez. “Tenemos un proyecto de video con entrevistas sobre el tema –explicó Cinthia, una de las estudiantes–. Hay que informar a la gente acerca de cómo se tapó con impunidad lo que pasó en esos años.”

En el transcurso de la caminata sobre la avenida, una portadora de la bandera agitaba las manos hacia uno de los edificios, invitando a bajar a los vecinos que se asomaban por los balcones, recibiendo frías respuestas. Rigurosamente cortadas por el personal motorizado de la Policía Federal, las calles y avenidas de los alrededores del estadio de River contenían a los conductores que pugnaban por pasar sin dejar de tocar bocina, molestos por la presencia de los manifestantes. Entre los que marchaban se encontraban Bruno, de 16 años, y su amigo Nicolás, de 19. “Con el centro de estudiantes del ILCE organizamos charlas y debates. Después, por mail se fueron sumando, de a poco, más estudiantes”, explica Bruno mientras Nicolás afirma que “caminando también se construye la memoria, por eso estamos acá”. Así, Verónica y Pablo, un matrimonio que llevaba de la mano a su hijo pequeño y caminaban a un costado de la movilización, explicaban a este diario que se habían acercado “por convicción. Leyendo el diario vimos que se hacía esta marcha y no dudamos en acercarnos para participar”. Como ellos, gran cantidad de familias acompañaba los pasos de la movilización, parejas con hijos y chicos en brazos o en cochecito.

Al llegar al cruce con Udaondo, un nutrido grupo de militantes de la Federación de Tierra y Viviendas (FTV) aplaudían y agitaban sus banderas en reconocimiento a las Madres. Cuando la columna dobló para enfilar hasta la cancha se sumaron con sus pancartas y una cuadra más adelante esperaba la agrupación juvenil peronista La Cámpora. Mientras, un rezagado contó a PáginaI12 que había sido increpado “por una señora entrada en años que la enfrentó y le dijo ‘otra vez estos zurdos’. Y en una de las casas por donde pasamos pusieron una marcha militar”, a pesar de que no hubo incidentes. Apenas superando los setenta años, Alcira y Elda, experimentadas militantes de derechos humanos, subrayaban “la tristeza que es ver que los vecinos tienen las ventanas cerradas. Pero la presencia de la juventud es lo más importante. En ellos está la continuidad de la memoria”.

Con las fotos de los desaparecidos cortando la columna, el estampido de los tiros que provenían del campo del Tiro Federal fueron el telón de fondo de la espera al ingreso a la cancha en la que se jugó la final entre Argentina y Holanda hace treinta años. Los manifestantes cantaban sin parar: “Vamos, compañeros, hay que poner un poco más de huevos, los que cayeron son nuestra memoria, desde la resistencia a la victoria”. Al frente se encontraba la actriz Lucrecia Capello, protagonista de uno de los unitarios del ciclo Televisión por la Identidad, quien fue con su hija Martina, su yerno David y sus nietos Bruno y Candela. David, español, destacó que era “muy emocionante ver cómo se exige saber lo que pasó, a pesar de que han pasado tantos años. Emociona mucho ver cómo se sigue peleando y luchando por la memoria”. Capello, con una sonrisa de oreja a oreja, vaticinaba que con su nieta “Candela, que tiene veinticinco días, ya tenemos garantizada una militante en derechos humanos por ochenta años más por lo menos”.

“MI PAPA ME DIJO QUE ERAN GRANDES FIGURAS”
Con todo el peso de la historia




Por Adrián De Benedictis

Las atajadas de Fillol, los goles de Kempes, los remates de Passarella, las subidas de Tarantini, los desbordes de Bertoni y muchos otros lujos del seleccionado argentino que se consagró campeón del mundo en 1978, se producían en River al mismo tiempo que afuera del estadio la dictadura secuestraba y torturaba. Por la memoria de lo que sucedió 30 años atrás y para separar el fútbol del horror, el Monumental volvió a ser testigo ayer de un encuentro simbólico entre algunos de los protagonistas que fueron dirigidos por César Menotti, integrantes de agrupaciones de derechos humanos, y chicos de los seleccionados juveniles que recién ahora comienzan a entender todo el dolor y el terror que se vivía en el país.

Los campeones estuvieron representados por Leopoldo Jacinto Luque, René Houseman y Ricardo Villa. Pero el único que participó del encuentro fue Luque, que fue reemplazado a los cinco minutos en medio de una gran ovación. Y mientras observaba el desarrollo desde el banco de suplentes, el ex delantero recordó: “Son lindas sensaciones las que me toca vivir hoy (ayer). Yo no me sentí usado porque quería jugar el Mundial, era un sueño para mí. La verdad, yo no tengo que pedirle perdón a nadie”.

Cuando se jugaban dos minutos de partido, desde las plateas se escuchó: “Hay que saltar, hay que saltar, el que no salta es militar”. Y en ese sentido, Luque fue más allá: “A las Madres las entiendo porque viví el sufrimiento de mi mamá cuando se murió mi hermano, exactamente la noche del partido con Francia. Es lamentable porque mi madre le puede llevar flores a mi hermano, en cambio las Madres no saben a dónde ir. Yo creo que el tiempo va a separar lo deportivo de lo otro”.

Mientras Luque hacía su relato, los futbolistas juveniles miraban con extrañeza todo lo que ocurría en el estadio Monumental. Uno de ellos, Federico Nieto, jugador de Huracán, de 17 años, no salía de su asombro: “Vi algunos partidos del Mundial por televisión. Estar al lado de los campeones es hermoso, y creo que hay que aprovechar todo esto”. Y agregó: “Yo sueño con jugar un Mundial, hay que darle para adelante, que no es imposible. Mi papá me dijo que eran grandes figuras los que jugaron aquel campeonato”. El partido finalizó

1-1 entre el combinado A y el B, y ambos goles fueron convertidos en el segundo tiempo, que duró 20 minutos, cinco menos que el primero. Entre los jugadores estaban el director de cine y del canal Encuentro, Tristán Bauer; y Alfredo Chávez (ver aparte). En el momento que el árbitro marcó el final, la invasión al campo de juego fue similar a la de aquel 25 de junio, luego de la victoria 3-1 ante Holanda. Con la diferencia de que en la platea San Martín no estaba el genocida Jorge Videla sino familias con hijos menores de diez años, quienes con el tiempo entenderán el motivo de esa visita.

“Cada cosa en su lugar”


Por Gustavo Veiga

Claudio Morresi estuvo presente en el estadio de River durante los partidos del Mundial ’78. Tuvo que escuchar el discurso de apertura que dio el dictador Videla doblado por el dolor. Treinta años después, marchó una vez más (como tantas otras transformado en jugador, técnico o funcionario), para estar en La Otra Final. Para el secretario de Deporte de la Nación, hermano de Norberto, un joven desaparecido, participar del evento significó que “el tiempo, con muchísima lucha, haya llevado cada cosa a su lugar. Al deporte, que sigue apasionando a nuestra gente, y a los asesinos para que se los enjuicie y se los meta en la cárcel. Por eso, a treinta años, es lo que más puedo rescatar”.

Para el ex futbolista de Huracán, River y Vélez, entre otros equipos, La Otra Final “no sé si zanjó las diferencias, pero sigo creyendo que los futbolistas no fueron partícipes de nada que haya hecho la dictadura, y lo mismo digo del cuerpo técnico. Yo separo las dos cosas, aunque haya sectores que lo cuestionen”.

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