Bicentenario - Carrozas de fuego

Paso a paso, idea por idea, cómo se concibió el desfile final que terminó en asombro masivo.



La historia comenzó la segunda semana de julio de 2009. Jorge Coscia había asumido el 8 como secretario de Cultura nacional en reemplazo de José Nun. “La cultura es una herramienta fundamental en un proyecto de transformación nacional”, dijo al jurar. A los pocos días, la presidenta Cristina Fernández, el Secretario General de Presidencia Oscar Parrilli y el flamante secretario se reunían para delinear los Festejos. “Debe ser una conmemoración para crear memoria colectiva”, les dijo Cristina a sus funcionarios. “Sobre todo, tenemos que hacer una celebración participativa, pluralista, federal y latinoamericana.”
Se sabía desde entonces y desde antes que no se replicarían gestos como los del Centenario, como por ejemplo cuando el presidente Figueroa Alcorta puso la piedra inicial de la Pirámide de la Plaza de Mayo junto con la Infanta Isabel de Borbón. Lejos se estaba también del espíritu que estableció el estado de sitio para reprimir cualquier atisbo de la huelga general que preparaba la Fora, la Federación Obrera, a comienzos de ese siglo XX ultraconservador.
“A diferencia del 1910, el Bicentenario no está centrado exclusivamente en Buenos Aires. Queremos mostrar un país que a futuro quiera apropiarse de la cultura, la ciencia y la tecnología”, dice Gustavo López, subsecretario general de Presidencia y el encargado de coordinar los cauces interprovinciales del Festejo. El 25 de mayo fue el ápice, pero ni el principio ni el fin del Bicentenario. A comienzos de este año, Mar del Plata abrió el telón de los Festejos junto al mar. “El Bicentenario comenzó en enero. Tuvieron que salir 2 millones de personas a la calle para romper el dique informativo”, dijo Coscia a este semanario.
“Si hago esto en Brasil, tendríamos 100 muertos”, le soltó Lula a Cristina, emocionado, antes de irse. Chávez estaba exultante: “Hemos visto una revolución emotiva, una revolución de la alegría social”. El 25 de mayo pasado, Argentina pareció sacudirse definitivamente la modorra y salir del closet. A la calle, a la vida social, que es la vida por antonomasia.
El itinerario de la idea del Desfile del Bicentenario continuó el 30 de diciembre de 2009, cuando al decir de Coscia, los mosqueteros Parrilli, el presidente del Sistema Nacional de Medios Públicos, Tristán Bauer y él mismo encontraron su D'Artagnan. Con el decreto presidencial 1.358, Javier Alberto Grosman era nombrado director ejecutivo de la Unidad Ejecutora Bicentenario de la Revolución de Mayo 1810-2010. Se pusieron manos a la obra de inmediato. Grosman impuso el nombre de Diqui James, fundador y director artístico de Fuerza Bruta. La madre de James es hermana de Manuel Evequoz, el militante de Montoneros desaparecido durante la última dictadura militar, inspirador de Manuel Mandeb, el célebre personaje creado por Dolina en Crónicas del Angel Gris. Diqui, aparte, contaba con una bendición extra: en 1989 había hecho un bolo en Cipayos (la tercera invasión), una película de Jorge Coscia.
La cadena humana comenzó su paso redoblado. Grosman llamó a Fernando Molle, de Ozono Producciones, manager de Fuerza Bruta. “Queremos que creen algo como lo que ustedes saben hacer para el 25 de mayo.” Los de Fuerza Bruta no lo podían creer. “¿Nos piden narrar hechos históricos a nosotros, que hacemos justamente teatro no tradicional?”, se dijeron en la intimidad.
James fue a la primera reunión, que se hizo en octubre pasado en el Malba, ya con una idea en pañales. “No podemos hacer una instalación fija –les dijo el artista–; mucha gente no alcanzaría a verlo.” Tenía la visión de que el público alcanzaría escala ciudadana. Excedería lo previsto, habría un mar de gente. Así fue.
En esa misma reunión, James sugirió hacer un espectáculo móvil, apeló a la imagen de los carromatos carnavaleros, el pueblo en andas. “En aquella primera reunión, Diqui pensó que tendría que cubrir la atención de unos burócratas y se encontró con dos cineastas y un gran hacedor de la política entusiasmadísimos. Entonces invertimos la lógica: nosotros nos pusimos al servicio de su idea”, recuerda Coscia.
A la semana siguiente, James traía bocetos y dibujos a un bar de la calle Crisólogo Larralde, en Núñez. Aprobaron la idea de un desfile histórico. Sumaron a Felipe Pigna como profesor y guía de los artistas. “Teníamos que aprender de historia argentina de nuevo, volver a ser alumnos”, recuerda Fabito D'Aquila, el coordinador general del desfile, por Fuerza Bruta. Eligieron más de 50 estampas, antes de quedarse con las 19 finales. Estaban La Creación de la Bandera y hasta La Campaña del Desierto (leída según los indígenas masacrados). Llegaron finalmente a 21: las dos que quedaron afuera en el repechaje último fueron El Fútbol y La Vuelta de Rocha, el lugar que actualmente es el barrio de La Boca y donde se piensa que Pedro de Mendoza fundó la ciudad.
La Presidenta quería que el Desfile se inspirara en la máxima de Oesterheld: “el verdadero héroe siempre es el héroe en grupo”. Además de El Cruce de los Andes, Cristina bregó porque se eligieran el Exodo Jujeño (la retirada masiva hacia Tucumán comandada por Manuel Belgrano, como emboscada del ejército realista) y La Vuelta de Obligado, en que las tropas de la Confederación Argentina de Juan Manuel de Rosas repelieron el ataque de una escudara anglo-francesa en 1845, con el pretexto de terciar en el conflicto con Montevideo. “Cristina es la responsable absoluta de habernos inducido a elegir ese hito. Sin la Batalla de Vuelta de Obligado, Argentina podría haber sido una Centroamérica del Sur, se hubiese producido una balcanización que hubiese dado lugar a una serie de republiquetas en el Litoral”, refiere el secretario de Cultura.
Fuerza Bruta hizo el casting donde las Fuerzas Armadas del pasado ejercieron su saña bruta: los predios del Museo de la Memoria, la ex Esma. Parrilli estuvo hasta en el casting de los bailarines de tango. En marzo, James fue a una reunión con la Presidenta y el grupo de la Unidad Ejecutora del Bicentenario a la Casa de Olivos. Cristina Fernández le exigió a James que el espectáculo debía tener una calidad exhuberante, “porque va a trascender las fronteras”. Después, hubo al menos tres reuniones generales con Policía Federal, el Correo Argentino, el Incaa, el Instituto Nacional el Teatro, los Bomberos y otros organismos públicos para que el Desfile no tuviera ni un atisbo de improvisación. “Pretendíamos hacer un espectáculo de una calidad estética superlativa para conmocionar a la sociedad de modo que se involucrara y sintiera el Bicentenario como propio”, agrega Gustavo López, subsecretario general de Presidencia.
Diqui James, Fabio D'Aquila y otros integrantes de Fuerza Bruta recorrieron el centro una y mil veces. Primero pensaron que el Desfile iría por Avenida de Mayo y culminaría en el Obelisco, pero las condiciones ambientales no lo permitieron. Se eligió Diagonal Norte. Los funcionarios mandaron talar 72 árboles y otros tantos canteros desaparecieron; se levantó una extensión de la vereda. Para que pudieran pasar los carromatos se eliminó completamente ese descanso peatonal en triángulo que está justo en Diagonal y Carlos Pellegrini.
Para Fuerza Bruta fueron semanas de locos. “El mes de nuestra vida”, dice Fabito. El 19 de mayo, D'Aquila estaba en el DF estrenando el espectáculo que al mismo tiempo se presenta en el Centro Cultural Recoleta y lleva el nombre del grupo. El 21estrenaba en Nueva York. El 23 estaba en Buenos Aires para hacer la recorrida con el fuego de la zarza ardiente de la historia argentina, ese que primó en la estampa de la Constitución en llamas.
Los ensayos eran a las tres de la mañana, horas de desolación y libre del tránsito sofocante de la urbe nuestra de cada día. Diqui decidió que el fuego tendría cuatro momentos: frente al palco de los presidentes en Diagonal Norte, a la entrada del Obelisco, en el palco de la 9 de julio y al final del recorrido, cerca de avenida Independencia.
El 25 de mayo abrió el gran desfile con los pueblos originarios y una república celeste y blanco volando enganchada a una grúa. El barco descomunal y herzogiano de Los Inmigrantes paseaba campante por el río seco que partía desde Plaza de Mayo. Tenía a todas las comunidades: arriba, los que llegaron por mar (italianos, españoles, etc.), abajo, los que llegaron por aire y tierra: la Comunidad Andina y los taiwaneses en representación de las olas inmigratorias del siglo XX.
En el cuadro de El Cruce de Los Andes, además de los Granaderos, había soldados negros vestidos de campesinos, como verdaderamente sucedió. Para la estampa estremecedora de Madres de Plaza de Mayo, James eligió resaltar dos características. Trabajar el desgarro del llanto a través de una lluvia continua, e iluminar los pañuelos icónicos. Para eso se hicieron casquitos de acrílico con lamparitas Led, que son las que en general tienen las linternas, que no calientan y son de bajo consumo. El silencio noble corrió por cuenta de los dos millones que vieron el Desfile.
En 1993, los alumnos del CBC de Ciudad Universitaria se limaban las neuronas para entender La Razón Científica, el libro de la cátedra Guiber de Pensamiento Científico. Entre sus páginas, había un texto de la filósofa argentina Nelly Schnaith, que proponía esta hipótesis: las sociedades progresan científica y tecnológicamente cuando las instituciones del Estado pueden amalgamar esas ideas como mascarón de proa de sus políticas. Mutatis mutandis, para entender el fenómeno emocional de masas que provocó el Desfile del Bicentenario, habrá que decir que el arte tomó los andamiajes de la política y la desbordó con un sentido nuevo.
El secretario de Cultura de Nación y el presidente del Sistema Nacional de Medios Públicos son cineastas. Fuerza Bruta, además de tener un nombre políticamente incorrecto, es una grupo de arte que cree descaradamente que “no existe en la obra el concepto de significado y representación” y que ataca el meollo de la emoción sin pruritos intelectuales. Por último hay que saber que el jefe de producción de los festejos del Bicentenario, Javier Grosman, hace poco más de veinte años, justo cuando despuntaba el menemismo y su república bananera, fundó el Babilonia, un club de cultura, una torre eléctrica de teatro, under e invención, en un depósito de bananas del Abasto.
Estos hombres, junto a Parrilli (gestor todo terreno del kirchnerismo), los equipos técnicos y los dos mil artistas del Desfile del Bicentenario, inspiraron quizá uno de los acontecimientos más formidables y emocionantes de la vida pública, masiva y callejera de los últimos 30 años de historia argentina, al menos. El Estado se apropió de la cultura que antes recorría los bordes institucionales y hoy es el centro de la creación de la memoria colectiva.
Hay olor a cambio de paradigma. Como una revuelta contra el miedo y la crispación que infunden de manera militante algunos medios masivos.
Los Festejos del Bicentenario hicieron salir del closet al país que sí miramos.

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