Una tarde desesperada a espaldas del Dot

Una pila de muebles de madera destruidos y abandonados en la plaza es lo primero que se ve desde la calle Dr. Rómulo Naón. Hacia la izquierda, por Correa, una mujer de 69 años está sentada en un banco, rodeada de bolsas de basura y más muebles deshechos. Se llama Marta Elena Peralta. Por al lado pasan su marido y su sobrina, escurriendo trapos o sacando objetos de la casa, hasta casi vaciarla. “Hay bolsas llenas de fotos pasadas por agua –cuenta María, señalando las bolsas negras–; fotos antiguas de mi papá, de mis hermanos, tuve que tirar todo. Ver mis cosas flotando en el agua, el colchón que acabo de tirar, la ropa, no me quedó nada”. “Parecían los rápidos, era terrorífico –agrega Miguel Ángel Carrizo, su marido–, no podíamos movernos; mi hija sostuvo a Marta contra la puerta, sobre el banco, hasta las diez de la mañana y yo estaba parado sobre una silla”. “Mi marido se apoyó en una mesa y se partió. Si no lo agarra mi hija, por la corriente, nos ahogamos los dos”, continúa Marta. La situación es la misma en todo el Barrio Mitre: 365 casas vacías, con marcas de agua de al menos un metro y medio en las paredes, olor a podrido y palabras que se repiten de puerta en puerta:

“Bronca, tristeza, resignación, impotencia”.

Pero esas palabras llegaron luego, cuando el agua comenzó a escurrirse, en el mediodía del martes. Durante la madrugada del 2 de abril lo único que existía era miedo y desesperación. “Fue todo de golpe. Cuando empezó a llover estaba afuera. A eso de las dos de la mañana, en veinte minutos, vi que desde la calle Arias venían olas –recuerda Juan Pablo, de 31 años–. Trabé la puerta de mi casa y mi familia quedó encerrada. Y salí a ayudar a la gente que no tenía compuertas, sacando inválidos, ancianos, familias. Después se cortó la luz. Todo oscuro, el agua que crecía y gritos que se escuchaban por todos lados”. Juan Pablo fue parte de un grupo de personas que auxilió a sus vecinos ante la ausencia de autoridades: “La única ayuda que llegó fueron cuatro camionetas de la Infantería que custodiaron la puerta del Dot para que la gente no vaya a reclamar nada”. El Baires Dot, del grupo IRSA, es el shopping más grande de la ciudad, con sus 17.000 metros. Funciona desde 2009 y desde su construcción está en el centro de la polémica. Ubicado al lado del Barrio Mitre, los vecinos denuncian que desde su instalación las inundaciones se reiteraron, ya que los desagües del centro comercial desembocarían directamente en las calles del barrio. Pablo Lorenzo, abogado y hermano de uno de los vecinos, afirma que “se priorizó un negocio inmobiliario millonario y se olvidaron que atrás había un barrio de obreros. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires autorizó esta obra que hidráulicamente no tomó un mínimo recaudo. Ya en la inundación anterior, en diciembre, se hicieron reclamos, valederos y jurídicos. Pero se quiso amordazar a la gente y estamos lamentando la muerte de una persona que se podría haber evitado. Por estos reclamos hay gente del barrio judicializada, seis personas imputadas, cuando reclamaban para que no pasara esto que hoy nos da, desgraciadamente, la razón”. Fabián López vive a dos casas de Juan Pablo, y cuenta que su vecino estuvo “tirado” hasta la noche anterior “y no paraba de llorar. Fue el único que estuvo afuera desde la una de la mañana. Se le murió una señora. La puerta estaba trabada y se la escuchaba rogar: ‘Dios, no me lleve’. No se pudo tirar la puerta y se ahogó”. La mujer, de 80 años, fue una de las al menos seis muertes en la Capital Federal. En la calle de Fabián todavía quedan restos de agua. Afuera hay dos televisores arruinados y ropa colgada de los árboles: “Fue terrible. Me asusté cuando el agua entró por la ventana, por mis dos nenas chiquitas. Estuvieron un rato arriba de camas superpuestas, pero cuando siguió subiendo tuve que sacarlas con el agua al cuello y las llevé a lo de unos vecinos. Cuando paró la lluvia, mi señora y mis hijas se fueron a lo de mis suegros. Quedó el olor a podrido, no sabía qué carajo hacer. Me largué a llorar y pegué un par de piñas a la pared”. En la plaza, Gendarmería reparte mate cocido caliente y comida para la merienda, el almuerzo y la cena. El gobierno porteño entregó algunos colchones y frazadas: “Lo único bueno es que vemos a las autoridades, una vez en la vida se están preocupando por nosotros –comenta Juan Carlos Rico–. No hablo ni de Ciudad ni de Nación, a todos estamos agradecidos por esta mano que nos dan. Estamos recibiendo muchas donaciones de gente que no sufrió la inundación, sin ser de ninguna bandera, y a esa gente le agradecemos porque no tienen compromiso con nadie. Y pedimos ayuda para que no termine acá y no nos olviden”. Mientras Juan Carlos habla, a unos pasos nada más, se escucha el sonido de los muebles y objetos que va triturando el camión de basura. “Vivo en la casa 226, tengo tres hijos en el Barrio Mitre, cinco nietos y lo perdimos todo –continúa Juan, con la voz ahogada–. Contra la naturaleza no se puede, pero esto es por el hombre”. Lorenzo asegura que “la gente no quiere más colchones, o Gendarmería, o la foto con diputados, quiere soluciones de fondo. Si no, vuelve a llover y puede aparecer otra persona fallecida”. A las 18.30 la zona empezó a alborotarse: la presidenta Cristina Fernández de Kirchner estaba en el barrio. Un cordón de vecinos y militantes, entre ellos los diputados y referentes de La Cámpora, Juan Cabandié y Andrés “El Cuervo” Larroque, custodiaron a la mandataria durante la hora que duró la recorrida. Luciano, de 31 años, vive en una de las casas que visitó Cristina: “Sirve, porque tres meses atrás hubo otra inundación y perdí todo y no vino nadie. Soy metalúrgico y con mi sueldo no puedo recuperar lo que perdí. La Presidenta preguntó por mi hija, cómo habían pasado las cosas, eso puede llevar a una mirada enfocada en el barrio”. A espaldas del inmenso Dot comienza a caer la noche. Pequeños hilos de agua corren por las calles. En la plaza predomina el barro, los pozos y los colchones que ya no sirven. Las marcas de una noche de desesperación se suceden al salir del barrio y el eco de las palabras resuena aún más en la oscuridad y en las paredes vacías: “Bronca, tristeza, resignación, impotencia”.

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